domingo, 9 de mayo de 2010

Beethoven, Velázquez, Cervantes



Cap. 2 Varios triángulos. Significado y Manierismo"

El póster de la optativa, en que el triángulo con Beethoven, Velazquez y Cervantes está acompañado de otros triángulos más pequeños, algunos con otros nombres, provoca los comentarios irónicos de Jesús.
- Esta figura – le dice Clavero – no procede de tres personajes. Si se tratase de artistas tendríamos que pensar, quizás, en más lados. Pero nuestro trío es, en realidad, el de “sonidos, imágenes y textos “. Querría invitaros a que propongáis otros triángulos con personajes:
Santiago elige a Baroja, Mozart, Cannaletto.
Jesús propone Bach, John Ford, Machado.
Por último Elisa, tras reconocer que no resulta fácil se inclina por Wagner,Rembrand, Shakespeare.

Clavero reconoce que corresponden a nueve grandes maestros. Pero quedarían fuera “Las Meninas”: el cuadro de los cuadros y “El Quijote”: el libro de los libros.
- Vamos ahora – continúa – a formar grupos con las tres ramas:
Por los sonidos, Yolanda propone: Beatles, Verdi, Ravel.
Matías, por las imágenes, a Van Gogh, Le Corbusier, Miguel Angel
Y Santiago, por los textos, a Nietzche, Borges, Sartre


Elisa reconoce la calidad de “Las Meninas”, pero confiesa que se guía, para ello, en las opiniones de los críticos; y le gustaría que dedicásemos un apartado para analizar lo que este cuadro significa.
Clavero observa la clase y dirigiéndose a Santiago le pregunta:
¿Cual es, para ti el significado de “Las Meninas”?
Santiago se mueve en la silla; está pensando algo......
- Creo – dice – que el cuadro sugiere algunas ideas. Mientras lo contemplamos se nos van encendiendo bombillas.
- Por mi parte – prosigue – lo primero que me llamó la atención, el día que lo vi en El Prado, fue el espacio contenido de una manera tan clara profunda y luminosa. A pesar de ello hay que reconocer que no sabemos que es lo que está pintando Velazquez : ¿que hay en la tela de la que solo se nos presenta el detrás?
- ¿Estaba pintando a los reyes, cuando entraron en escena la Infanta y sus doncellas?. ¿O bien eran las damas las que estaban posando y el rey y la reina los que interrumpían?. Es evidente que Velazquez juega con el espectador, cuyos interrogantes van a quedar sin respuesta.....
- ¿Podéis decirme que nombre recibe esta manera (o maniera) de enfocar el arte? –les pregunta Clavero.
- Tu mismo lo has dicho - exclama Jesús Puente: maniera o manierismo: el mismo juego que, aplicado al Quijote, pretende confundirnos cuando, según tengo entendido, Cervantes afirma que él es, tan solo, el traductor....
- En efecto; en el capítulo XXVII de la segunda parte podemos leer: “Entra Cide Hamete coronista desta grande historia, con estas palabras en este capítulo,: “Juro como católico cristiano” ; a lo que su traductor dice ....”

- Fijémonos en las luces que hemos encendido al interesarnos por lo que significan Las Meninas. Después de este esfuerzo lumínico, bien podemos zanjar esta cuestión sobre el significado del cuadro; pero sin renunciar a otras aplicaciones.
- Vamos ahora, si os parece, a hacer una incursión, del brazo de Goethe, en el terreno del teatro. Afirmaba el autor alemán que: “una obra teatral debía ser simbólica; es decir: que cada acción debe estar dotada de su propio significado y remitir a otra que aún lo esté más”. El ejemplo que nos propone es el Tartufo de Moliere, sobre todo la primera escena: “un magnífico ejemplo de exposición, “lleno de significado” y permite deducir algo aún más relevante que sigue a continuación.”
- En esta primera escena- prosigue Clavero- se manifiesta enseguida un enfrentamiento entre dos grupos de una familia que vive en la casa de Orgon en París. La causa de este enfrentamiento procede del enfado de la madre de Orgón, Madame Pernelle, que no se siente respetada por los suyos y por ello quiere marcharse de la casa, poniendo como excusa la forma de vida que allí impera y el exceso de visitas que se reciben. Madame Pernelle, por su parte, considera beneficiosa para todos la presencia de Tartufo, ese hombre piadoso, según ella, que hace algún tiempo fue acogido por su hijo Orgón.
En su deseo de rematar la suerte, Clavero deseaba que los chicos relacionen el concepto de significado expuesto por él, con el presentado a partir del texto de Goethe. Le preguntó a Matías Ruiz si podía exponer su punto de vista sobre los usos que se habían hecho de la palabra significado.
Matías, con su calma habitual, se refiere, en primer lugar, al uso coloquial en el que entendemos por significado el sentido, acepción de un término, o su traducción a otro idioma. Él no consideraba apropiado su uso en el caso de Las Meninas, ni para una ópera, ni para una novela. Opinaba respecto a la afirmación de Goethe: “lleno de significado” que debía entenderse como estar lleno de sentido. Expresó, a continuación, que había encontrado “significante” en la terminología de la lingüística como la representación de un sonido.

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Cap. 1 Contacto con la optativa

Santiago y Matías llevan ya tres años levantándose temprano, unos días más que otros, entre lunes y viernes. Dentro de esta rutina, el jueves resulta especial: una clase de construcción empieza puntualísima a las 8,30, y siempre con un ejercicio puntuable que lleva el divertido nombre de “despertador”.
Este cuatrimestre se han matriculado de una optativa con un nombre muy llamativo: “Beethoven, Velanquez, Cervantes” que representa un intento de evitar que nuestra cultura se siga fragmentando. Este esfuerzo podría situarse en el marco del discurso de Doris Lessing en la entrega del Premio, de las Letras 2001, Príncipe de Asturias, donde hizo un llamamiento para frenar la desaparición de la educación humanística en las universidades
Respecto a esta asignatura parecía lógico buscar algunas referencias de compañeros que ya hubieran pasado por ella. Si bien es cierto que la mayoría se organiza la matrícula en función, sobre todo, de los horarios, en este caso pensaron que valía la pena saber donde se metían.
Una amiga de Santiago, que también la había elegido, les informó sobre sus pesquisas. Se llamaba Yolanda Burnes y era una empollona bien organizada. Por ella supieron que la simple asistencia garantizaba el aprobado; y que, después, te quedaba materia para ir estudiando, por cuenta propia, durante cuarenta o cincuenta años. Yolanda, cumpliendo con su habitual eficacia, disponía, incluso, de algunas notas, a modo de interrogantes, que había conseguido:
1) ¿Fue Tiziano el primer pintor en aplicar el color con pinceladas sueltas y claramente perceptibles?
2) ¿Existen fragmentos en la música de Beethoven de los que pueda decirse que suenan mal?
3) Cuando tratamos de arquitectura, pintura, literatura, e incluso música: en el fondo ¿no todo es lo mismo?
4) Al escritor Josep Pla no le fue concedido el premio Nobel. ¿lo merecía?
5) ¿Como valoramos la Sagrada Familia de Gaudí?

Para Yolanda responder a estas preguntas representaba un simple problema de eficacia; no experimentaba por ninguna de ellas un interés vital. Tenía que haberse planteado porque, siendo tan aplicada y eficaz, siempre sufría para aprobar los proyectos. Pero este interrogante no estaba en su lista.

A Santiago y Matías solo les faltaba saber quien era el profesor responsable de este invento:
Supieron que se llamaba Felipe Clavero, que se entendía bastante bien con los alumnos y que nunca faltaba a clase. De él se decía que su mujer le había acompañado a la Escuela, porque no podía conducir, el día siguiente de haberse roto una pierna.

Según los horarios la optativa funcionaría los jueves por la tarde de 4,30 a 8. Este día los chicos tendrían que quedarse a comer en la Escuela. Y algunos se pasarían allí doce horas con un descanso de dos. El amplio comedor les permitiría hacer tertulias en la sobremesa. Durante la conversación distendida del primer día aparecieron, a la hora del café, dos nuevos matriculados: Elisa Roca y Jesús Puente; se presentaron juntos y tomaron asiento. Elisa pertenecía a una adinerada familia pero no hacía ostentación; era sencilla, humilde y consciente de que todos los conocimientos que iba incorporando le suponían un gran esfuerzo. Jesús, en cambio, era el personaje opuesto: hijo de obreros, era exuberante, culto, agudo y tenía una dimensión vulgar que sabía manejar con mucha gracia.
Nadie se libraba de sus burlas. Empezó preguntándoles si eran conscientes del rollo que Felipe les iba a clavar. Elisa se escandalizaba de sus maneras pero tenía que rendirse ante su exuberancia.

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Introducción

Santiago Piquet contaba 18 años cuando decidió estudiar arquitectura. Esto le convertía en el primer universitario de la familia. A sus padres les causó un doble efecto: por un lado era un orgullo pero una preocupación por otro. Mientras se reconfortaban pensando que Santiago era un chico listo que dibujaba de maravilla; no acababan de ver claros los números de lo que tal decisión representaba. Sin embargo se mostraron dispuestos a hacer frente a los sacrificios necesarios para sufragar los gastos de la decisión de su único hijo.
En casa, a las horas de comer, no daba demasiadas explicaciones. Solo existía, apenas, una leve sintonía entre el matrimonio y el chico. Cuando, rara vez, planteaba alguna cuestión de fondo relativa a sus estudios, se creaba más confusión que clima de diálogo. Sin embargo, los tres vivían tranquilos así.
Santiago conectaba con la gente, lo que le daba una cierta notoriedad y una evidente facilidad para hacer amistades. No tenía un carácter fuerte, antes, al contrario era, más bien, de maneras suaves y su popularidad no llevaba camino de hacer de él un líder.
Para definir su inclinación por la arquitectura contó con la complicidad de Matías Ruiz. Juntos habían pasado largas y numerosas tardes ojeando revistas y comentando libros: entre ellos el de Sigfrid Giedion :” Espacio Tiempo y Arquitectura”. A estas reuniones Matías acudía con su amigo Ernesto Ramón. Los dos hacían buenas migas a pesar de sus caracteres desiguales y hasta contrapuestos. Matías eficaz como una hormiga, interesado y calculador. Ernesto, en cambio, era un desastre con bastantes buenas cualidades: despierto, agudo y con un buen olfato; pero ninguna de ellas le servía para lograr los objetivos que se proponía.
A pesar de tantos contrastes mantenían una buena relación que un observador agudo habría pronosticado que no sería larga. Pero de momento iban tirando y su presencia en reuniones, conferencias y asambleas no pasaba desapercibida.

Pues ya tenemos a nuestros tres jóvenes pendientes de elegir una Escuela, de las dos posibles, para iniciar sus estudios de arquitectura: la de Barcelona y la de San Cugat ( o del Vallés).
Como las condiciones de acceso físico eran similares para ellos, tenían una gran ventaja: solo debían pensar en la calidad. ¡La calidad!: vaya palabra y vaya compromiso. Ernesto y Santiago defendían que Barcelona era un terreno más fértil para estudiantes autosuficientes capaces de soportar la influencia negativa de profesores alucinados. Matías opinaba que S.Cugat les podía ofrecer un clima sosegado donde resultase más seguro y estable ir aprobando asignaturas.
Así que eligieron esta última.

Como tantos estudiantes de arquitectura los tres amigos tenían previsto ir a la Escuela por la mañana y trabajar en un despacho por la tarde. Era un sistema acorde con las exigencias de los centros,
En el primer mes de clase Ernesto empezó a faltar y a pesar de la ayuda que le ofrecían sus dos amigos, ni siquiera intentó seguir el ritmo. Daba la excusa de que en el despacho de las tardes el trabajo se había disparado. La realidad, sin embargo, era otra bien distinta: a Ernesto le faltaba capacidad para organizar su tiempo y sus energías en una sola dirección. Sus compañeros, en cambio, eran lo bastante ordenados para atender los variados requerimientos que se derivan de estudiar, trabajar y vivir, no siempre claramente delimitados y, por ello, frecuentes orígenes de mezclas y confusiones. No es fácil, por ejemplo, delimitar de forma adecuada la dedicación a la cultura, a la información, a la sabiduría, a la creatividad....al ocio ....y a tantas otras que nos rodean y parecen querer subyugarnos.
Cuando leemos “El Quijote”, el libro en nuestras manos ya nos es suficiente. Sin embargo un ensayo dedicado a la música o al cine nos obliga a extender nuestros modestos y torpes tentáculos para cumplimentar la lectura con lo que estamos necesitando ver y oir.

Huellas en el Tiempo

Indice

Cap. 1 Al frente
Cap. 2 Personajes
Cap. 3 Doña Pablina
Cap. 4 Censura
Cap. 5 Bombardeos
Cap. 6 Barcelona 1937
Cap. 7 Una bomba
Cap. 8 Un amigo de Alberto
Cap. 9 Preguntas sin respuesta
Cap.10 Diez pesetas al día
Cap.11 Colectivizaciones
Cap.12 Sin ceremonias
Cap.13 Noticias
Cap.14 La música y la letra
Cap.15 Albertísimo
Cap.16 La Batalla del Ebro
Cap.17 Regreso a casa

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Cap 17. Regreso a casa

Julián Matéu se encontraba entre los que habían regresado a Barcelona a principios de año de 1939. Allí pudo constatar la inmensa tristeza de Alberto.
Ninguno de los dos tuvo que sufrir represalias directas por parte de los vencedores; pero su prepotencia les mortificaba cuando veían venir el encumbramiento de tantos líderes fascistas que no perdían ocasión para humillar a los vencidos.
Julián se sabía de memoria el parte del final de campaña: “Cautivo y desarmado el ejercito rojo, las tropas leales han conseguido sus últimos objetivos militares; la guerra ha terminado”
Alberto y él charlaban a cerca de sus impresiones sobre la Batalla del Ebro:
- He tenido – le decía Julián – la oportunidad de conocer, e incluso poder conversar con Hemingway. Me dijo que tenía un libro en proyecto a partir de esta experiencia.
- ¡Como me habría gustado conocerle! – comentaba Alberto – si hubiésemos estado los tres juntos quizá se habría ganado esta batalla.
- Atacando por tres flancos y tirando al río a Franco.
- ¿Crees que Franco debe saber nadar? – pregunto Alberto.
- En politiqueo, al menos, lo está demostrando.
- Y los obispos y los banqueros ¿saben nadar?
- ¿Sabes que te rondan por la cabeza unas ideas muy raras?
- A ver si con ellas me animo – exclamó Alberto –, solo intentaba arreglar el mundo a base de ahogar gente.
- Pues por mi no te detengas.
- Al menos – seguía Alberto – nos queda el consuelo de haber tenido a nuestro lado a los hombres de bien.
- Lástima que no nos ha servido de mucho.
- ¿Qué dirá la historia de nosotros?
- Imagino – comentaba Julián – que se nos considerará como víctimas del matrimonio entre la Iglesia y el Capital, bendecido por Alemania e Italia.
- Y ahora nos toca tragar quina….. Intentaremos no ahogarnos en ella.

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Cap 16. La Batalla del Ebro

Siguiendo el margen derecho del río, los nacionalistas habían partido la zona republicana en dos. Era, pues, necesario volver a comunicar Cataluña y Levante. Así fue como surgió el atrevido proyecto del general Vicente Rojo de movilizar un ejército de 100.000 hombres al mando del también general Juan Modesto.
Entre los oficiales de este contingente figuraba un Julián Matéu, con su macuto lleno de libros, plenamente consciente de lo que se estaba poniendo en juego. Le llamó la atención, en primer lugar, la cantidad de jovencitos que nutrían las filas. Constituían lo que luego se llamó “la quinta el biberón”; y la verdad era que no inspiraban mucha confianza. Se les veía pletóricos de un optimismo que solo se podía atribuir a la ignorancia.
Llegó a pensar en la gran labor que con ellos podría hacer Alberto; e intentó, de alguna manera, reemplazarle. Y no lo hizo mal. Su aspecto imponente era un factor decisivo siempre que se plantaba delante de la tropa. Cuando les daba órdenes, con su voz clara y rotunda, aquellos chicos parecían quedar prendidos de una sana sugestión. El chico se sorprendía a veces a si mismo de sus condiciones para el mando

El Ebro crea en su recorrido un amplio arco entre Caspe y Tortosa. La unidad de Julián Matéu se dirigió a aquella zona por la parte de Fraga. En la aproximación se encontraron con una pequeña dificultad de léxico: ¿Cuál es el margen derecho de un río?: Para algunos de aquellos chicos era el más cercano al Pirineo, pero no estaban seguros de que ocurría en los tramos perpendiculares a esta cadena montañosa.
A medida que, desde el norte, se iban acercando al río, Matéu intentaba que supieran que el primer margen a su vista iba a ser, precisamente, el izquierdo. Le parecía que lo mejor para ellos sería que cada uno asumiese el porqué. Deseaba que la disciplina no les impidiera sentirse como hombres de criterio; de modo que cuando los reunía por secciones aprovechaba para ejercer con ellos una labor de pedagogo para la que estaba muy bien dotado.

A principios de agosto llegaron hasta el río con órdenes de cruzarlo para poder aliviar la presión sobre Valencia. Pudieron ver las barcazas ya preparadas y enseguida enviaron ojeadores e iniciaron los preparativos.
Un rumor por radio macuto de que algunos tendrían que pasar a nado desbordó la fantasía de aquellos jóvenes respecto a como proteger el armamento y las municiones. Pero los zapadores cuidaron que todo se hiciera en seco. A Julián le vinieron entonces a la memoria aquellas palabras de Don Quijote: “si puedo hacer esto en seco:¿de que no seré capaz en mojado?

Habían pasado por Mequinenza y avanzaban hacia el sur; pero los nacionalistas tras duros combates la volvieron a ocupar. Estos cambios tan rápidos originaban un gran sufrimiento en la vecindad; las tropas que tomaban posesión llegaban muy propensas a castigar, e incluso a eliminar, a quienes habían apoyado al enemigo.
Julián Matéu, en estos casos, ponía gran atención en los caciques de los poblados, a causa de su predisposición para ayudar a los fascistas. El perfil de estos tiranuelos era muy fácil de trazar: acostumbraban a regentar algún comercio y de forma paralela se enriquecían con la usura y con las denuncias políticas que ocultaban, casi siempre, cuestiones de dinero. Eran ruines y quejicas , como el raboso, el dueño de la única tienda del pueblo, que aplicaba los precios a su manera y que había sido el causante de algunos fusilamientos.
Los familiares de las víctimas callaban por miedo, pero alguno de ellos le había hecho confidencias a Julián, que les parecía una persona de fiar. De manera que cuando Matéu hablaba con el raboso sabía perfectamente con quien estaba tratando. Y al mismo tiempo su presencia representaba un freno para los abusos del tendero.
Mientras tanto, las posiciones militares no se mantenían estables y ante la presión de los nacionalistas las unidades republicanas abandonaban Mequinenza y se desplazaban hacia Cataluña, dejándole las manos libres al raboso.
En septiembre se produce un alto en las hostilidades; los fascistas suspenden la ofensiva, las brigadas internacionales se retiran al mismo tiempo que las tropas alemanas e italianas.
La unidad de Julián cruza el Ebro por Flix en una acción de retirada. Volver a pasar el río no es una buena sensación para el joven teniente. Y es precisamente entonces cuando le sobreviene un encuentro que nunca olvidará. Fue el día en que observó que un paisano estaba dando explicaciones sobre el manejo de las armas a algunos de sus jovencitos soldados. Su primera intención fue intervenir, pero el aspecto del intruso le hizo detenerse y consultar, antes, con su capitán:
- Hay un civil hablando con la tropa.
- Sí, es cierto, ya me comentó que deseaba hacerlo.
- ¡Ah! Pero usted le conoce.
- Claro, es Hemingway.
Matéu que había leído su Adiós a las armas aprovechó la oportunidad para saludarle. Ernest se mostró muy asequible, pero los malos momentos que estaba viviendo la República solo les permitieron unas lacónicas palabras.
En lo que resta de 1938 continua el repliegue de los republicanos. En enero de 1939 ceden Tarragona. En febrero cae Cataluña.

viernes, 23 de abril de 2010

Huellas en el tiempo

Cap.15. Albertísimo

Al campamento seguían llegando contingentes de chicos, en autobuses y camiones, para recibir instrucción militar. Alberto se acercaba, a veces, a la explanada para ver que aspecto tenían.
En una ocasión le sorprendió que no llevasen maletas ni bultos. Tan solo algunos iban cargados con el macuto reglamentario.
Les hicieron formar, como siempre, antes de llevarlos a sus tiendas. El comandante acudió para dirigirles unas palabras de bienvenida y se extrañó de la falta de equipajes. Un sargento le explicó que solo se les había autorizado a transportar los macutos; el resto habían tenido que dejarlo en la estación.
- Nos aseguraron - insistió – que nos los enviarían en un transporte militar.
Algunos de aquellos chicos llevaban los bolsillos de sus guerreras llenos con lo poco que habían podido coger en la estación. Resultaba sumamente curioso observar cuales habían sido sus preferencias estando sometidos a las apreturas de la falta de tiempo y espacio. Unos se inclinaron por prendas de ropa interior y material para afeitarse; se veían toallas e incluso pijamas, bañadores, medicinas, caramelos y navajas; menos frecuentes eran las fotos de familia y material para escribir. Los casos más extraños lo constituían quienes tan solo habían pensado en algún libro. También se daba el caso de quienes, sencillamente, habían llegado con las manos en los bolsillos.
Cartés no escatimó energía para lograr que aquellos equipajes llegasen a su destino. De no haber sido por él habrían acabado perdiéndose. En estos casos era cuando Alberto se hacía acreedor a ser llamado Albertísimo: cuando se ponía en el lugar de los demás para intentar aliviar sus problemas.
Uno de los chicos, que resultó afectado en el trasiego de su maleta, explicaba su versión a los compañeros:
- Cuando, al llegar, vi que no disponíamos de nuestros equipajes, ya os podéis imaginar lo que sentí. Aquel era el único vínculo con mi casa y con los míos. Mi madre me había doblado, con su habitual cuidado, la ropa de recambio para que cupiesen los trastos de higiene. Metimos algunos libros y fotos de familia entre ellos. Con todas aquellas cosas, ¡mis cosas! me sentía en mi mundo, y desamparado sin ellas. Menos mal que el furriel ese, tan alto, se dio cuenta de lo que representaban para la mayoría, ¡Y hay que ver! Lo terco que se puso…si no por él, ninguno de nosotros habría podido recuperar algo. Semejante carácter había sido ya definido por el escritor norteamericano en Nathaniel Hawthorne, en 1828, en su novela Fanshawe: “Un hombre de corazón amable y afectuoso que constantemente buscaba objetivos a los que dedicar su atención”.
Lo que Alberto pretendía era, en el fondo, que aquellos muchachos no se desanimasen y dejaran enfriar su patriotismo. Por su parte, si el hubiera ostentado un alto grado en el ejército, le habría medido un buen paquete al responsable de que tantos chicos hubieran llegado a La Mambla solo con lo puesto.

Cartés tenía mucho cuidado en no exteriorizar sus ideas. Para muchos militares estos planteamientos podían, bien bien, ser calificados de sedición.

La marcha de la guerra a principios de 1938 parecía presentar, con la rendición de Teruel, buenas perspectivas para la República. Entonces, la Plana Mayor del Ejército Rojo decidió clausurar el campamento de instrucción de La Mambla y acuartelar a la tropa. Mientras ponía en marcha este proceso las noticias del frente cambiaban de color: en Teruel tenía lugar una contraofensiva nacionalista, y así, en efecto, la ciudad volvía a caer en poder fascista. Sin embargo los planes respecto a La Mambla no se modificaron y Alberto fue enviado a Barcelona, fuera de servicio, pero a disposición del ejército.
Esta vez la familia regresó con él y el campamento pasó al apartado de los recuerdos.
Estar de nuevo en casa resultaba muy agradable, pero no suponía un retorno a la normalidad. Todos iban siguiendo, en la medida de lo posible, la evolución de los acontecimientos de la guerra que, a partir de 1938, cedían todo el protagonismo al que supuso el mayor enfrentamiento de la contienda: La Batalla del Ebro.

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Cap. 14 La música y la letra

Hay que agradecer al amable lector la paciencia que ha tenido con el largo paréntesis del capítulo anterior que ha interrumpido, además, el hilo del relato, justo cuando Alberto estaba ya muy cerca de ser padre y no se podía quitar de encima la angustia por la situación con que el nuevo, o la nueva, Cartés iba a encontrarse.
Resultó, finalmente, un chico de piel arrugada que hizo exclamar a Francisca:
- ¡Que feo es!
La consoló su madre, doña María, intentando convencerla de que todos los recién nacidos tenían el mismo aspecto de vejestorios - pelleringas
Le habían contado a Alberto que los bebés venían con un pan bajo el brazo. En el caso de Joaquín, que así le pusieron, más parecía llevar un reloj despertador siempre a punto de sonar a cualquier hora del día y, lo que era peor, de la noche.

No quiso aguardar mucho tiempo debido a la falta que él pensaba que hacía en La Mambla. Y así en cuanto la prudencia dio luz verde para emprender, todos, el regreso, se pusieron en marcha, no sin cierta añoranza de dejar su barrio y su ciudad.
Cuando los tres viajeros con el pequeño llegaron al campamento este último se convirtió en el protagonista objeto de atenciones y mimos. Todos deseaban tenerlo en brazos aunque solo fuera por unos segundos y la mayoría se manifestaban fieles a la tradición de hablarles a los niños como si fueran retrasados mentales. Desconocían, sin duda, que un bebé entiende, a su manera, todo lo que se le dice, y va extrayendo del lenguaje que le llega las condiciones para su futura manera de expresarse. Él capta primero la música y deja para más adelante la letra.

En noviembre de 1937 el Gobierno de la República se traslada a la Ciudad Condal. Era un movimiento de retirada hacia posiciones más seguras ante la consolidación del eje fascista entre Berlín, Roma y Tokio. Sin embargo a Hitler no le interesaba una victoria de Franco y de momento prefería que se prolongase la guerra.
Alberto se presentó a su comandante que le recibió con seriedad pero con muestras de simpatía. Se interesó por su mujer y su hijo y le preguntó que impresiones traía de Barcelona.
- En estos ocho meses – le explicó Alberto – la gente ha podido, por un lado, ir al cine y al teatro; por otro, han visto como los bombardeos mataban y destruían. La evolución de la guerra nos presenta, algunos días, una imagen amable; y otros el rostro de la tragedia

No puede, propiamente, decirse que el pequeño Joaquín estableciese contacto con su pintoresca familia. Más bien fue al revés, es decir, que fue su pintoresca familia la que tomo la iniciativa. Y como ocurre en estos casos, fueron los componentes femeninos los que se acercaron, curiosos, a contemplarle.
Doña Pablina se dio cuenta de que tenía los rasgos de su padre y ya no llegó más lejos porque la buena señora, y ella lo consideraba como una virtud, era tremendamente escrupulosa. Las babas de un bebé o unas manos sudadas le resultaban insoportables. Nunca estrechaba las de quien solía hurgarse la nariz y le resultaba asquerosa la imagen de un hombre arreglándose el paquete. En este terreno no aceptaba que alguien pudiera no coincidir con sus sensaciones.
Algo parecido le ocurría con las tormentas: un aviso de Dios para los mortales, que debían ser vividas desde el pánico y la oración. Cualquier actitud, diferente a ésta, frente a los rayos y los truenos debía ser tenida como un pecado. Y tal era el caso, como no, de don Antonio que se sentaba tranquilamente en el comedor durante todas las turbulencias del verano.

Rosita se propuso que el niño, de mayor, debería llamarla tieta. De momento tenía que limitarse a preparar el camino ganándose su confianza. En alguna ocasión llegó a gatear junto a él; práctica ésta, en la que se evidenciaban sus anhelos de madre, que tuvo que abandonar (no los anhelos, pero si el gatear) porque doña Pablina la encontraba poco digna y la castigaba con unos certeros golpes de puño en la cabeza; que, si bien por un lado, ni siquiera le podían originar un chichón, por otro le hacían verter lágrimas y adoptar la expresión doliente de quien ha recibido un castigo injusto.
La otra abuela tenía una actitud más profesional; se limitaba a ayudar a su hija en lo que podía. Era una mujer que tenía un oficio: era colchonera; y esto le daba un toque de seriedad y eficacia muy útiles en el día a día.

Ya no había más nenas en la familia de Joaquín, excepto su madre. El resto se comportaba según la costumbre de no prestarles demasiada atención a los pequeñines.
En aquellos meses sus vivencias relativas al dormir, mamar y la higiene, estaban, de alguna manera, ligadas con el universo de las temperaturas agradables. Pero un día que buscaron el solaz de las tranquilas aguas de un manantial, el cuerpo se le llenó de sarna. Fue un presente de alguien que fue allí a remojarse. Es una enfermedad que se manifiesta con mucha frecuencia en épocas de conflictos bélicos; de modo que Joaquín, de haber sido mayor se habría podido enorgullecer de haber contraído un mal propio de un guerrero. Pero en su caso no sintió, ni siquiera un poquito de gloria, tan solo las molestias y los picores.
- Si queréis – decía Francisca – nos podemos pasar los dos al campo enemigo y en una semana tendremos infectados a todos los franquistas.


Habían reemprendido, pues, su vida en el campamento de instrucción. Representaba para ellos la nostalgia de su ciudad donde siempre dejaban un hueco. Esta vez, alguien lo llenó. Y fue el caso que el llenador de este espacio fue, nada menos, el Gobierno de la República, que en estas fechas se trasladó a Barcelona.
Fueron muchos los que vieron en este movimiento una retirada hacia posiciones más seguras, precisamente en unos momentos en que todas las informaciones coincidían en la consolidación del eje fascista entre Berlín, Roma y Tokio.
Mientras tanto Alberto seguía cumpliendo, ordenado y meticuloso, su trabajo, entre administrativo y militar, de furriel. En noviembre habían llegado nuevos reclutas. Estas incorporaciones tenían que ser señal de algún plan de ataque por parte del gobierno. Desde septiembre las acciones en Belchite habían terminado con la ocupación de la plaza por las tropas republicanas.
Según Ernesto Mustieles, las posibles iniciativas militares debían dirigirse hacia el frente de Teruel. Solo eran conjeturas porque los movimientos de las unidades se planeaban en total secreto. Alberto, en estos casos, encontraba a faltar a Llavería que como persona muy politizada acostumbraba a estar al tanto de casi todo. Lástima que con ellos no resultase fácil cambiar impresiones, porque, si bien siempre estaban dispuestos a expresar sus puntos de vista no era el mismo su talante para aceptar el diálogo. Y si lo hacían resultaba, descorazonadora su nula capacidad para aceptar ideas ajenas.
Alberto, con pocas esperanzas en los resultados, defendía, siempre que podía, su confianza en la intervención de los sindicatos en el gobierno. En este terreno un espectador neutral podría haber considerado sus opiniones como quijotescas. Sus firmes ideas siempre le llevaban por malos caminos.
Existía unanimidad en sus contertulianos en que un gobierno de los sindicatos sería un profundo error que perjudicaría la andadura de la República en la guerra; y de que tan solo el Frente Popular les podía llevar a la victoria. Pero Alberto seguía pensando que los sindicalistas serían más sensibles a las necesidades de la clase obrera que los partidos políticos. Pero nunca logró convencer a sus compañeros, ni siquiera cuando les hablaba de Ángel Pestaña y del partido sindicalista que había fundado en 1933. Él había luchado en Barcelona contra la sublevación del 36 y aquel final de año de 1937 supieron que había muerto.

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Cap 13 Noticias

En el capítulo 10 hemos visto a un Alberto Cartés al que las circunstancias aconsejaban, por prudencia, no salir a la calle con la frecuencia que él hubiera deseado.
También hemos señalado su afición a leer la prensa diaria; a extender los periódicos sobre la mesa e ir leyendo y pasando las grandes hojas.
Durante los años de la guerra civil hay que destacar un periódico con el que muchos se identificaban: “El Noticiero Universal”. Sus editoriales trataban sobre la contienda y tenían una sección para los sindicatos. Su página seis tenía casi siempre la misma y muy visible cabecera: “La lucha contra el fascismo”.
El precio de cada ejemplar era de 15 cts.
He buscado, entre sus hojas, huellas que destacar.
El primer número de julio de 1937 se refería a la “Alianza de Intelectuales” que ha tenido lugar en Barcelona con personalidades como Malraux, Aragón, Sinclair, Dos Passos y los hermanos Mann (Heinrich y Thomas). En 1930 Malraux publicó “La Vida Real” en la que formulaba una interesante pregunta: “¿Que hacer de un alma sino existen Dios ni Cristo?”
2 de agosto 1937. Las noticias dejan constancia de la vitalidad de los catalanes, capaces de compartir las angustias de la guerra con un congreso de estudiantes universitarios y de ofrecer una charlotada en la plaza de toros. El mismo día se publica un comunicado del Partido Comunista denunciando que grupos de militares franquistas, en conexión con la Quinta Columna, se proponen provocar disturbios en la retaguardia republicana con el fin de crearle dificultades al gobierno del Frente Popular.
Al día siguiente informa sobre un evadido del pueblo faccioso de Belchite que se ha pasado a nuestras filas. Mientras en el frente de Aragón las tropas de la República, en su avance hacía Zaragoza, han ocupado Bádenas, Piedra de Hita y Colladico.
En la primera página de la edición del día 4 se nos propone que miremos a Hitler, Mussolini y Von Franko como si fueran uno solo.
En el mismo ejemplar se informa de la detención, traslado a Madrid y posterior fuga del líder y fundador del POUM Andreu Nin. Destaca la reseña de la pugna entre el Partido Comunista y la CNT FAI. Estas noticias, que tanto benefician al fascismo encuentran su equilibrio en la buena marcha de las operaciones en el frente de Aragón.
Seguimos en el día 4: el Comité de no intervención se encuentra en un atolladero y el gobierno soviético pide la retirada de voluntarios.
Las páginas de deportes tratan de la Olimpiada de Amberes, del triunfo español en los 3x100 metros estilos y de la celebración de actos de confraternidad entre combatientes de Aragón. Se registra la asistencia de Lister.
Unos sencillos versos de Pijoan aparecen en primera página de aquel jueves 5

La vieja Castilla llora
la vieja Castilla sangra
castellanos de Castilla
¡por España! ¡por España!

Estas rimas pretendían animar los avances republicanos en el frente de Aragón que habían provocado la evacuación de Espinosa de los Monteros
La columna Durruti acepta la exigencia de la estructuración militar. Estos soldados pasan de guerrilleros indómitos a soldados disciplinados.
El 13 de agosto vemos una información del descubrimiento en Marsella de una oficina de espionaje a favor de Franco.
16 de agosto, Reinosa. A raíz de una ofensiva facciosa se ha vuelto a hurgar en una antigua herida que no lleva camino de cicatrizar: la crueldad de las tropas moras para con la población civil.
19 de agosto: en el puerto del Escudo las tropas facciosas, al coronarlo, han izado la bandera italiana. Mientras, el presidente de la Generalitad Lluís Companys se expresa en el parlamento de una manera directa y coloquial diciendo que los enemigos de la República solo entienden el lenguaje de la guerra.
Esta anécdota encaja con unas declaraciones de Mussolini en las que reconoce que apoya abiertamente a los fascistas españoles.
24 de agosto: Alemania regala coches a personalidades del fascismo español. Mientras, el general republicano José Miaja impulsa las Milicias de la Cultura, contra el analfabetismo, que facilitan el acceso a las primeras letras a 75.000 soldados y civiles.
27 de agosto: el Cardenal Mundelein de Chicago, que había hecho unas declaraciones contra Hitler, se ha encontrado metido en un alud de calumnias montadas por el periódico nazi Der S.A. Mann, según las cuales el buen eclesiástico organiza juegos monacales contra natura, con violación de menores, sacerdotes que sodomizan a idiotas, ancianos que fornican con toros y presentación de monjas ávidas de amor y placer.
En la portada del martes 21 de septiembre aparece un chiste profético: un fabricante de armas comenta con su secretario:
- !Caray¡ esta guerra de España da pocas ganancias.
- Tenga calma señor, por algo se empieza.
A finales de octubre se informa del fracasado intento de bombardear Barcelona. Son abatidos dos trimotores Saboya.

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Cap. 12 Sin ceremonias


Una de las hermanas de doña María, Ascensión, se había casado con el propietario de unos almacenes industriales de elementos de acero. Esto la había convertido en la burguesa de la familia.
Antonio Costa – el tío Antonio - tenía entonces 40 años; pero parecía mucho mayor, sin duda a causa de las orgías de su vida disoluta en los años 20.
Era nueve años mayor que Alberto, pero aunque de orígenes sociales muy diferentes, sus relaciones resultaban cordiales, sin duda porque ni Alberto era envidioso ni Antonio clasista.
Había padecido todas las enfermedades venéreas que los médicos se habían inventado. Su facultativo de cabecera le decía que podía blasonar de ser un auténtico coleccionista. Como consecuencia de aquellos años le había quedado un temblor permanente en el pulso; hasta el punto de que para escribir tenía que sujetarse la muñeca con la otra mano.
Su médico de cabecera le había advertido que de ninguna manera debía tener un hijo.
- Con su historial – le decía – le podría salir un bebé con tres cabezas.

No era el tío Antonio amigo de alardes de nada; pero a veces se sinceraba con Alberto, y cuando Francisca no les oía le hacía confidencias entre miradas maliciosas.
- Teníamos – le decía – nuestro cuartel general en un palco del Liceo. Y en el cuartito anexo nos montábamos la timba.
- Por carnaval quitaban las butacas de la platea y se organizaba un gran baile. Un año les lanzamos, desde el palco a los de abajo, una chica desnuda.

Alberto escuchaba, entretenido, estas historias de Antonio que, a veces, tenía golpes escondidos. En su casa, por ejemplo, poseía una apreciable biblioteca de autores clásicos y una selecta colección de libros de historia.



Desde el 36 había arrinconado, por prudencia, las corbatas y sus trajes más elegantes. Setiembre en Barcelona acostumbra a empezar como un mes veraniego, lo que le permitía salir con la camisa remangada y la chaqueta sobre el hombro. La clase obrera se había adueñado de la Ciudad Condal y sus habitantes podrían explicarles a sus hijos como era vivir en una capital integrada por trabajadores donde todo el mundo se tuteaba, donde se habían suprimido, por completo, los tratamientos y las ceremonias.

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Cap. 11 Colectivizaciones

Alberto pasaba, de cuando en cuando, por la sede del Gobierno Militar cercana a Colón con el fin de dejar constancia de su situación de permiso especial del campamento de instrucción.
En una de estas visitas, justo en la gran escalinata de acceso, se encontró con Juan Llavería. El impacto que experimentó era el que correspondía al que ha visto a un resucitado. Mientras subía los peldaños que les separaban, le asaltaron imágenes: Brunete. Rosita, La Mambla .... Se abrazaron, le agradeció la carta desde Villanueva y le manifestó la preocupación que sintió al saberle próximo al escenario de la batalla.
- ¡Veo que estás bien!
- Se porque lo dices con tanto énfasis. Resulta que enviaron a mi compañía, aun no se porqué, cerca de un pueblo con un nombre endiablado y no sufrimos ninguna baja.
- ¿Endiablado?
- Bueno, quiero decir complicado.
Le invitó a cenar y le pareció que aceptaba gustoso. Para Alberto suponía una fiesta tener una velada con él.
Juan apreciaba a su antiguo furriel. Había sido uno de los pocos superiores que tuvo en La Mambla que trataban a los soldados como personas.
Se reunieron, pues, aquella misma semana y, aunque formaban un cuarteto algo heterogéneo, pasaron una agradable velada.

Francisca se esforzó, con la ayuda de su madre, en preparar, cosa no muy fácil en aquellos días, una buena cena. Alberto las ayudó a deshacer las mangranas para mezclarlas con vino y azúcar. Fue, también, a comprar hielo para poner la bebida al fresco y paró la mesa.
Juan llegó a la hora prevista con una deliciosa bandeja de dulces. Un vermutillo sirvió para relajar el ambiente. Podían estar seguros de que no les iban a faltar temas de conversación, y si aparecía algún embarazoso silencio ahí estaría la bullabesa para hacer el quite.
Alberto tuvo presente, en todo momento, que Llavería era comunista. Era una garantía de estar bien informado.
Acababa de cumplirse un año de la brillante idea del embajador ruso en Madrid de crear las Brigadas Internacionales. Tocaron el tema y Juan, naturalmente, defendió la iniciativa como una manera de aunar esfuerzos.
- Pensad, decía, que Rosemberg ha propuesto reclutar voluntarios comunistas y no comunistas. Y no solo hemos - así se expresaba - concebido el proyecto; también hemos tomado medidas para que no les falte el armamento a estas unidades. Se sabe que Stalin ha dado su aprobación personal, aunque – añadía- estos grandes líderes están demasiado lejos de la gente.....es algo que parece no tener remedio.
Alberto tenía informaciones de que el POUM había empezado, también, a reclutar voluntarios; pero no hizo ningún comentario. Aun tenía presentes las discusiones entre Juan y Javier Morán y no quiso que se enturbiase la velada.
También fue una ayuda a la buena sintonía el hecho de que al chico le caía bien doña María. Recordaba, de La Mambla, su manera de andar con los brazos separados del cuerpo y le hacía gracia que fuese una señora sin cuello. La madre de Francisca, por su parte, puso, hacía el final, sobre la mesa, las estrecheces que pasó de pequeña en el pueblo cuando se quedó huérfana de madre siendo la mayor de siete hermanos. Contaba, tan solo, con el sueldo de su pobre padre que era camarero:
- No teníamos ninguna propiedad a pesar de ser de allí de toda la vida. Mis hermanas y yo hacíamos trabajos en la casa de un propietario.
- ¿Cómo le llamabais? – preguntó Juan-
- Nosotros decíamos, simplemente, don Pablo.
- Sería un terrateniente. Son ellos los que han acaparado la tierra dejando a muchos sin nada.
- Este era nuestro caso – añadió doña María – don Pablo tenía muchas casas y tierras y nosotros......
Frente a estas cosas- dijo Alberto, consciente de que Juan no estaría de acuerdo – se entiende que se hayan extendido los aires de la colectivización.
- ¡Sí!, pero no parece empresa fácil – dijo Juan - ,y en muchos casos ha consistido en un simple reparto de tierras. Se ha caído en los minifundios y éstos no rinden.
- O dan justo para comer una familia – exclamo Francisca mientras ayudaba a su madre a recoger los platos.

- Si pretendemos levantar un país moderno – decía Alberto – necesitamos una agricultura y una industria que den la talla.
- ¿Y la gente?
- La gente tendrá que adaptarse. Será la parte más difícil
- Los resultados – de momento – añadía Juan – están siendo muy desiguales. La cosa ha funcionado bien en Castilla y peor en Cataluña. Está en estudio expulsar a los malos colectivistas. Pero, fijaros, también ha habido deserciones.
Alberto, que recordaba sus años de trabajo en el Banco de Londres en Barcelona, opinaba que la colectivización, en un país moderno, tenía que pasar por la banca para poder negociar y conceder créditos.
Esta idea resultaba aceptable para Juan. Había que tener en cuenta que los comunistas controlaban los bancos.



Cuando llegó la hora del café. doña María, que había hablado muy poco, les explicó, en su sencillez, el miedo que pasaba con los bombardeos y se atrevió a preguntarles si la guerra iba a durar mucho.
Alberto permaneció en silencio. En algunos círculos se barajaba la convicción de que a Stalin no le interesaba que España se pudiera convertir en un país comunista. Y que, antes, prefería la derrota de la República.
Mientras apuraban las tazas Juan Llavería, por quedar bien con la mastresa, expresó su confianza en una victoria final de las fuerzas progresistas.
Ya estaban en la puerta, despidiéndose en un agradable ambiente de cordialidad, cuando le vino a la memoria el nombre del pueblecito de la zona de Brunete y Villanueva: se trataba de Navalagamella
Por la noche, Alberto y Francisca, coincidieron en ver el panorama bastante oscuro.
A la mañana siguiente se supo que el general Goded , a cuyo mando habían estado las tropas fascistas que fracasaron en el levantamiento de Barcelona de julio del 36, y que había sido juzgado a bordo del buque Uruguay y condenado a muerte, era fusilado en Montjuich.

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Cap. 10 Diez pesetas al día


Alberto intentaba suavizarle a Francisca las funestas informaciones que iban llegando. Ya se conformaba con que las malas noticias, que caían por todas partes, la afectaran lo menos posible. Un hombre tan poco casero como él, amante de salir, sobre todo por las noches, tenía que resignarse pisando muy poco la calle. En su mesilla de noche solo tenía un libro, una novela de aventuras “Tartarín de Tarascón” de Alfonso Daude. Sobre un personaje sacado de Don Quijote que sueña con aventuras de caza.
Pasaba muchos ratos ojeando la prensa diaria, o limpiando la maquinilla de afeitar y sus cuchillas; pero en cuanto tenía ocasión aprovechaba para escampar la boira. Su última salida había sido para asistir, en el Olimpia, a un acto anarquista: se trataba de protestar por la llamada a filas, y a defender – todavía - , como en julio de 1936, las milicias populares.
Al salir de aquella concentración Alberto, firme en sus puntos de vista, sintió vivos deseos de incorporarse a su unidad de La Mambla. Cada vez estaba más convencido de que solo un ejército regular podía salvar a la República.
Con Javier Morán ¡cuánto habían discutido y vuelto a discutir! Pero la izquierda más radical seguía insistiendo con las palabras y con las armas.
Tan solo la frase un ejército del pueblo suponía una evocación que conectaba con las fibras más sensibles de toda persona bien nacida.
- ¡Cierto! – exclamaba Juan Llavería – pero a este ejército le faltaría la disciplina.
- ¿Y no podemos considerar – alegaba Javier Morán – que la obediencia debida pueda salir de la inteligencia?.... Y aun añadía:
- He oído a un capitán dirigirse a su compañía en estos términos: “No os voy a pedir que me obedezcáis solo porque llevo tres estrellas en la manga. Yo solo pretendo coordinar nuestras acciones, para que ésta sea nuestra fuerza. La sumisión rebaja la categoría de las personas. Pero cuando alguien da la orden ¡apunten!, es mejor que él mismo dé la voz de ¡fuego!: posiblemente porque se halle mejor situado sobre el terreno.
- Este capitán – seguía Juan- consideraba que los saludos militares reprimían el espíritu revolucionario; pero representaba un caso aislado; posiblemente se trataba de un trotskista del POUM .


Hacia final de verano Alberto se levantaba tarde y no salía de casa hasta el mediodía. Acostumbrado a que el trabajo le proporcionase un ritmo de vida buscaba distraerse en asociaciones de barrio que se constituían con grupos de vecinos que instalaban su sede en la trastienda de un bar. Muchas de ellas eran grupos corales que la gente conocía como “coros de Clavé” . Anselmo Clavé (1824-1874) había sido un político republicano diputado a Cortes. En el levantamiento de Barcelona contra Espartero de 1843, cuando los moderados iniciaron la reconstrucción del país bajo Isabel II, Clavé fue condenado a dos años de cárcel.
En el terreno de las inquietudes sociales se le había ocurrido una idea fantástica: instruir a la clase obrera a través de la música. Sus coros llegaron a tener un importante papel en todos los campos; proporcionaban, incluso, subsidios y seguros de enfermedad.
Alberto se sentía muy a gusto entre ellos y les ayudaba en lo que podía. Sabía que no tenía ninguna condición para la música, pero servía para echar una mano en cuestiones administrativas. En este campo tenía algunas cualidades muy singulares:
Su caligrafía causaba admiración. Hasta el punto que le habían ofrecido algún empleo al verle escribir. No solo tenía buen pulso; también tenía la gracia de saber ordenar los textos sobre el papel. Estaba acostumbrado a la contabilidad y podía efectuar sumas de grandes columnas de números a la misma velocidad que, sin detenerse, las seguía con la punta del lápiz. Cuando aparecieron las primeras máquinas de calcular ninguna podía competir con él, ni en velocidad ni en precisión.
Se prestaba muy gustoso a llevarle las cuentas al coro del barrio. Incluso les acompañaba en algunas de sus salidas.



La vida de Alberto transcurría, así, de una manera ordenada y hasta armoniosa. Para completar los fines de semana iban al cine con Francisca.
De los obreros con que se relacionaba obtenía el pulso del complejo panorama político. Algunos de ellos habían intervenido espontáneamente el 18 de julio. Eran los que se daban cuenta de lo que estaba en juego.
- Nuestro primer problema – le decía Tomás Vallés (un encargado de obras) – fue que no teníamos armas. Decidimos asaltar las tiendas de caza y nos llevamos todo lo que podía disparar.
Tomás era un hombre robusto, no muy alto, y su voz resultaba atronadora. Trabajaba en la construcción y tenía todas las condiciones de un lider.
- En la armería de la calle Fernando-Ramblas fue de donde sacamos más material. Todo servía. Lo que mataba un conejo también valía para un fascista.
Tomás lo explicaba sentado, con Alberto, en una mesa, con dos cervezas sobre el mármol blanco.
- Lo más duro – decía - fue la actitud de nuestros hermanos comunistas. Y fíjate que digo hermanos, porque hermanos deberíamos ser.
Su forma de hablar atrajo a algunos camaradas. José Marín era un chico alto, de hablar calmado pero muy convincente:
- Da la impresión – decía – que Stalin no sabe que hacer. Por motivos que desconozco prefiere gobiernos militares o burgueses. Dicen que llama a los anarquistas socialfascistas.
Durante la charla José Marín solía cambiar impresiones con otro compañero que parecía amigo suyo: Lorenzo Cano, se trataba de un joven nervioso y despierto, aunque un poco cizañas.
- Me parece – comentó – que lo que vamos a tener aquí será comunismo contra revolución.
- ¿Y que será de los sindicalistas? preguntó Alberto.
- A estos los matarán, como a los anarquistas – le contestó Tomás Vallés.
Él insistió. - ¿Y no creéis que los sindicatos deberían ser los mejores representantes de los trabajadores?
- Lo que te pasa a ti – y no te lo tomes a mal – es que estás poco politizado – le dijo Lorenzo Cano – Aquí el juego está entre Stalin y Trotsky . Por eso algunas unidades del ejército tienen órdenes de desarmar a los milicianos. Hay quien dice que los mandos militares quieren quedarse con las fuerzas revolucionarias.
- ¿Y por eso acusan al POUM de hacerles el juego a los fascistas? – preguntó José Marín.-
- Y los que estáis en la milicia ¿cómo estáis de armas? – preguntó Alberto.
- Pues mira – le contestó Tomas – me parece que has tocado el problema más grave. Según parece ha habido envíos de Rusia; pero se han metido por en medio especuladores y chorizos y algunos de estos envios han acabado bajo el control de los comunistas.
- Ya sabéis – les dijo Alberto – que yo estoy de permiso. Pero en La Mambla el armamento que hay es nuevo y suficiente.
- ¡Claro! – le contestó Lorenzo – vosotros tenéis los envíos de Stalin. Quizá algún día os ordenen disparar contra los milicianos. O quizá, incluso os manden a frenar las colectivizaciones.
- Por cierto – añadió - ¿cuánto os paga el ejército?
- Diez pesetas al día
- ¿Y las mujeres?
- ¿Cómo las mujeres?
- ¡Sí, hombre!, ¿cuánto cobran ellas?
- Las mujeres están en las trincheras con la Cruz Roja, pero no tienen armas, ellas no disparan.

Huellas en el Tiempo

Cap.9 Preguntas sin respuesta


Después de algunas dudas debidas, como no podía ser menos, al estado del país , la energía de Rafael Mustieles fue necesaria y suficiente para animar a un grupo de amigos a emprender, por fin, en un permiso de fin de semana, la salida que iban aplazando desde hacía tiempo. Alberto podía, así, ampliar sus horizontes en buena compañía. Sentía curiosidad por ver a Rafael en funciones; y no le defraudó porque el chico, en el monte, era todo un espectáculo. No solo recorría los caminos y se empinaba por las crestas; también se constituía en un glosador de la excursión:
Si algunos tramos de la ruta le parecían en exceso concurridos, exclamaba:
- ¡Ala, ala! esto parece la rambla.
Ante los despojos de visitantes poco cuidadosos:
- ¡Aquí habrá que instalar papeleras!


Alberto participó muy a gusto en esta expedición en la que pudo comprobar que Rafael Mustieles era un chico extrovertido que sabía muchas cosas y que sabía ordenarlas en el tablero de su extensa cultura.
Con la guerra por en medio, no les iba a resultar fácil organizar otras salidas. Y ya podían estar contentos de la buena manera con que ésta se estaba desarrollando. Así que decidieron aprovechar la jornada, ascender a las cumbres a buen paso y bajarlas a ritmo alegre.
Alberto pudo, así, disfrutar de sus condiciones físicas. Quien tiene una buena educación atlética es capaz de entender, y adaptarse, a cualquier disciplina dentro de este mundo del deporte, tan rico y variado.



Como eran malos tiempos, el buen sabor de la montaña tuvo su contrapartida. Recordará el lector las referencias a los movimientos de tropas hacia el sector occidental de Madrid. Muchos soldados que Alberto había ayudado a instruir estaban allí. Y él los recordaba muy bien. Por espacio de veinte días se había librado una batalla con muchas alternancias. Las informaciones a las que tuvo acceso le confirmaron que la de Brunete había terminado en una derrota para la República, donde las unidades del gobierno habían perdido más de 25.000 hombres. Alberto pensó que una cifra tan alta debía tratarse de un error. No podía aceptar que tantos de aquellos muchachos habían realizado su último viaje. Pero la noticia se confirmó y le costó pasar algunas noches en blanco. Las imágenes de Juan Llavería, de Javer Morán y tantos otros se superponían con el rostro de un negro futuro para su país.

- De aquí a tres meses – se decía - ¿qué panorama le voy a ofrecer a mi hijo?.
- ¿Tendrá que educarse entre curas y falangistas?
- Cuando escuche el himno nacional. ¿Lo verá como un canto a la derrota de su padre?
- ¿Entenderá que países tan cultos como Italia y Alemania hayan ayudado a una persona como Franco?
- ¿Deberá conformarse con que el Papa sea infalible, con que Mussulini y Hitler estén ahí, con que se prohiban partidos políticos, con que Inglaterra nos haya abandonado?.
Pasaba las noches haciéndose preguntas, que, a veces, era mejor dejar sin responder.

domingo, 18 de abril de 2010

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Cap. 8 Un amigo de Alberto


Alberto y Francisca, tal como deseaban, ya estaban instalados en Barcelona.
Aunque él era consciente de lo modesto de su trabajo de furriel en La Mambla; añoraba su contacto con aquellos chicos que, desde allí, eran enviados al frente.
¿Cuántos de ellos morirían? Esta era la pregunta, sin respuesta, que Alberto se hacía al despedirles.
Juan Llavería había salido en abril con toda su compañía. Tuvo el detalle, que conmovió a Cartés, de escribirle desde Villanueva del Pardillo. Por supuesto no había en la carta ningún dato de tipo militar. Le explicaba que aprovechaba los ratos libres para leer “La Aurora Roja” de Pio Baroja; y que se lo había comprado en un impulso al verlo en un escaparate, donde le llamó la atención que el título rimase con el autor. Siempre llevaba en el bolsillo aun a costa de que se le desencuadernase .
Buscó el pueblo en un mapa: estaba cerca de Quijona y Brunete, en los alrededores de Madrid. Penso que se podría estar preparando una ofensiva desde el oeste de la capital. Esto explicaría porque se había intensificado la salida de contingentes.
Entre los que acudieron a despedirse se encontraba Javier Morán, siempre tan dinámico y ocurrente.


Ahora que Alberto estaba en Barcelona le venía el recuerdo de aquellos chicos. Modesto Basides, al que llamaban el carlista, había salido a finales de abril junto con Javier y con Rafael Pintado otro de los chicos que a menudo hablaba con Rosita. Y como era de esperar la chica se prendó de él.
En el terreno de las relaciones entre los soldados y los civiles de sexo femenino, Francisca era la que tenía el punto de mira más enfocado. Puso a Rafael Pintado a tiro de su fusil invisible y, como ocurría en las trincheras, le iba siguiendo con el cañón. En cualquier momento podía apretar un gatillo inexistente, y los momentos de más peligro en que se encontraba el chico era, con toda lógica, cuando estaba en la misma habitación que Francisca.
Aunque Pintado no veía nada, algo notaba. De todas maneras no necesitaba a nadie para volarse, como se dice, la tapa de los sesos. Esto lo podía hacer solito, porque en cuanto una chica se interesaba por él se convertía en un bicho esquivo y huidizo.
Daba tanto juego que Francisca casi llegó, por pura curiosidad, más que por ayudar a Rosita, a convertirse en una especie de psiquiatra.
En apariencia Rafael tenía todas las características de una buena persona. Sus relaciones empezaban siempre de una manera sencilla y natural. Todo iba, pues, como una seda cuando era él quien parecía controlar la situación.
¡Pero! ....¿Primer pero?...Sí, en efecto:
Cuando era Rosita la que tomaba la iniciativa, en una excursión, por ejemplo, él nunca estaba disponible.
¿Segundo pero?...veamos: para Rafael la chica que se relacionaba con él era como transparente; no había manera de establecer ningún vínculo.
¿Último pero?, ¡definitivo!: era un chico que no podía vivir en pareja. La sola idea de comprometerse le producía un miedo atroz.
Francisca se enteró más delante de que Pintado tenía un hermano esquizofrénico.


Hacia la primavera de 1937 empezaron a llegar a Cataluña refugiados que, huyendo del fascismo, habían encontrado, por fin, un lugar de acogida. La única precaución respecto a ellos era asegurar que no fuesen delincuentes comunes.
Muchos de ellos pretendieron reorganizar sus vidas para hacer venir a sus parientes. Otros, más adelante, formaron familias casándose con chicas catalanas.
Uno de estos recién llegados fue Ernesto Mustieles, un estudiante de medicina aragonés. Entró por la parte de Lérida y llegó andando hasta Barcelona. Era un chico fuerte muy aficionado al montañismo que se planteó su viaje de huida como una excursión. Su predilección por los medios naturales le hacía ser un militante espontáneo contra cualquier maniobra de especulación del territorio. Tenía facilidad para aglutinar voluntades; y hasta había llegado a frenar alguna operación inmobiliaria.
En unas vallas cercanas a su casa había aparecido una pintada: “Ernesto Mustieles no gracias” que solo sirvió para estimularle. Decía conocer al autor por la letra y aseguraba que de haber escrito un texto más largo habría incurrido, seguro, en faltas de ortografía: “Ernesto Mustieles no gracias y haber si te bas de haquí” . Pero el escritor de letreros no se conformó con esto: Se esfuerzó en acerle chibatazos ha las jubentudes falanjistas . Y Ernesto tuvo que huir y refugiarse en Barcelona, donde encontró trabajo como enfermero en un hospital militar. Allí conoció a Alberto que acompañaba a Francisca a sus visitas médicas.
El caso fue que Alberto y Ernesto hicieron amistad. No una amistad de igual a igual, o totalmente recíproca. Se basaba en las necesidades de éste de comunicar sus inquietudes y en la disponibilidad de aquel para interesarse por ellas. Ernesto, además, era muy hablador y encontraba en Cartés una cualidad muy poco común: la de saber escuchar.
A Mustieles su afición por la montaña le llevaba a soñar con el Himalaya, donde sabía que nunca podría ir. No disponía de medios económicos ni siquiera para ir a los Alpes, pero él ponía sus ilusiones, con un coste mínimo, en las cumbres más altas. Desde hacía más de veinte años, montañeros italianos habían empezado a ponerse estos retos, con intentos infructuosos y un elevado coste de vidas. Entre aquellos pioneros sonaba un nombre: De Filippo, más por su capacidad de organizar que por sus proezas personales.
Mustieles no era persona que se recrease con las frustraciones. Se conformaba, y hasta quedaba satisfecho, con una ascensión en el Montseny y hasta llegó a convencer a Alberto para subir al Turo de L’Home desde S.Celoni.


Quizá nos estamos metiendo en disquisiciones cuando, y nunca mejor dicho, no estaba el horno para bollos.
Por estas mismas fechas, cuando Alberto seguía gozando de su permiso, la guerra continuaba y los fascistas mostraban bastante actividad. Por un lado ganaban terreno en el norte y por otro se enfrentaban a una crisis interna. Manuel Hedilla, que había sido considerado como sucesor de José Antonio era detenido en Abril y condenado a dos penas de muerte que le eran conmutadas por una cadena perpetua. Una entrevista entre un representante de Hedilla y Sancho Dávila había acabado a tiros. ¡Que difícil resultaba digerir tantas complicaciones!.
El panorama de los rebeldes pareció despejarse cuando Falange y los carlistas se unen para formar FET y de las JONS; y deciden nombra a Franco Generalísimo de los ejércitos

miércoles, 14 de abril de 2010

Huellas en el tiempo

Cap. 7 Una bomba

Cuando se despertaba durante la noche – siempre le pasaba igual – tenía que recorrer el entorno con la vista, hasta que lograba situarse.
- ¿A que estamos?. Ah sí, jueves y esto es Montgat. Hoy no toca madrugar.
Y podía darse la vuelta, aunque en aquel mismo instante añoraba su cama.
Recordaba una cantinela de su madre: - “casa mía, cama mía. Y esto fue – junto con el deseo de acceder a un buen control médico de Francisca – lo que les hizo volver a Barcelona para quedarse esperando el nacimiento. De paso, Alberto podía disfrutar de una ciudad sin clases, dinámica, creadora de riqueza y bienestar. Lo demostraba el hecho de que en el primer trimestre del año – y a pesar de la guerra – la Ciudad Condal había contribuido al crecimiento de la producción industrial de la República.

En cuanto a las necesidades de suministros para las familias, el barrio estaba bien provisto; justo delante de la Catedral, la Sra. María era clienta de una pequeña tienda de calzado. Allí había visto unas zapatillas que le perecieron muy cómodas. Como no tenían su número le dijeron que volviese en unas semanas, que ya se las guardarían.
Al volver de La Mambla recordó que tenía pendiente recogerlas y se dirigió, por al Via Layetana, a la tienda. Allí se encontró con una desagradable sorpresa: en aquella manzana había caído una bomba y la zapatería y sus zapatillas habían desaparecido con ella. Solo quedaban los escombros que tardaron en ser retirados, dejando el espacio libre frente a la Catedral como ahora lo vemos.
A los sufridos barceloneses les resultaba muy difícil mantener un ritmo normal en sus vidas. Las colas en los comercios, como consecuencia del racionamiento, estaban a la orden del día. Cuando sonaban las sirenas la gente huía. No se guardaba ninguna tanda y pasado el bombardeo había que volver a empezar. En estos casos, Francisca se arriesgaba para poder ganar tiempo: cuando todo el mundo se iba a los refugios ella se quedaba sola frente a la tienda, resguardada en el dintel. Pasado el peligro se encontraba en el primer puesto de la cola.
o o o

Los Cartés vivían en la calle Correo Viejo, casi tocando al paseo Colón, en el primer piso de la casa de seis plantas. Los padres de Francisca lo habían alquilado en 1910, justo al llegar del pueblo. Allí nació ella cinco años más tarde. Recordaba, con cierto disgusto que cuando era pequeña tenían un realquilado sin derecho a comida. Un señor solo que ocupaba la habitación pequeña que no tenía ventana, ni armario; solo una mesita justo para la maleta. En días de lluvia o de mucho frío, pedía permiso para sentarse en la sala. Doña María le dejaba siempre que no fuese a las horas de las comidas. En el dormitorio solo tenía una pálida bombilla que colgaba del techo. Francisca siempre recordaba que cuando, el pobre señor, quería poner el reloj en hora tenía que colocarse justo debajo y levantar las manos.

o o o

Algunas de las paredes de carga del edificio tenían hasta un metro de grosor. Cuando bombardeaban, la Sra. María se sentaba en una silla tocando al muro más gordo de su piso. Era, sin duda, una buena precaución; porque un día, uno de aquellos junkers alemanes acertó a meterle una bomba en su casa. El artefacto rompió la claraboya del patio, agujereó dos techos y quedó enterrada en la planta baja. ¿Y nada más?: pues no,

no hizo nada más....., por el sencillo motivo de que no explosionó. Tan solo hizo el daño que habría hecho un gran pedrusco.
Unos artificieros acudieron a quitar la espoleta y allí la dejaron en un rincón del piso de Alberto. Durante bastante tiempo constituyó un atractivo enseñar a las visitas aquel casco de acero de sesenta centímetros de diámetro y cincuenta de altura. Años más tarde se la vendieron a un trapero.

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Cap. 6 Barcelona 1937

Volver a Barcelona: Bien podría haber sido el título de una canción. De momento constituía, siempre, una ilusión para Alberto. Lo era, después de cualquier ausencia. Cuanto más, esta vez, que había tenido que esperar ocho meses. Pero en este regreso, el deseo iba acompañado de temor y la angustia.
Cada día iba tomando más cuerpo una idea en su cabeza: que la expresión Barcelona 1937 pasaría a convertirse en una hermosa página de la historia. En la Ciudad Condal se había hecho realidad el antiguo sueño de un país sin clases, con ciudadanos libres e iguales.
Durante la primera noche que durmieron en su casa de la calle Correo Viejo, escucharon tiroteos procedentes de la calle. ¿Qué es lo que estaba pasando?. Por la mañana salió temprano para ver lo que podía averiguar.
Cuando regresó se le veía consternado.
- ¿Qué pasa? – le preguntó Francisca.
- Que sin salirnos de la guerra, nos hemos metido en una revolución. Los tiros que oímos anoche procedían de los enfrentamientos entre los anarquistas y los comunistas. Los trotskistas del POUM están intentando mediar entre la rigidez del PSUC y las ideas libertarias de la FAI.
La madre de Francisca, era una mujer asustadiza a la que el exceso de peso no le permitía moverse con agilidad. Temía, hasta bajar a la calle a comprar; y estaba obsesionada pensando que podrían reproducirse los bombardeos de febrero.
Buscando, pues, unas mejores condiciones para las dos; se fueron a vivir a Montgat, a casa de una hermana de la Sra. María. Precisamente allí, desde la parte alta de la colonia, habían presenciado, el 18 de julio, los primeros fulgores del alzamiento fascista.
La tranquilidad de aquel lugar les animó a bajar a la playa algún día soleado de aquel mes de abril. Era un recorrido de apenas diez minutos en el que cruzaban la vía junto al primer túnel para el ferrocarril que se había horadado en España.
El servicio ferroviario de la línea de Mataró facilitaba la comunicación con Barcelona y la llegada de noticias. Así supieron que Guernica había sido bombardeada. El 26 de Abril. Aviones alemanes de la Legión Condor se dedicaron a lanzar bombas durante cerca de cuatro horas. Hubo 1500 víctimas y tres días después los nacionales pudieron adueñarse de aquellas ruinas.
En la melancolía de aquellas circunstancias Alberto experimentó un cierto alivio cuando supo que Antonio Machado se había dirigido a los estudiantes de Madrid para pedirles que “fueran políticos”. Cartés tenía a los intelectuales, como él decía, en alta consideración. Siempre afirmaba que la cultura era el mayor enemigo del fascismo; Pero las circunstancias no le daban respiro, y, así, a los pocos días ...en una tarde de mayo, los resplandores sobre Barcelona les anunciaron nuevos bombardeos. Aquel día les costó conciliar el sueño. No se podían sustraer ante una vaga pero obsesiva imagen de su vivienda destrozada.

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Cap. 5 Bombardeos

La vida de la familia Cartés en la Mambla, transcurría en una engañosa calma. La incertidumbre respecto a la marcha de la guerra representaba una fuente de angustias para Alberto. Las únicas noticias que llegaban lo hacían de la mano de suboficiales y oficiales destinados al campamento; y muchas veces se limitaban a simples impresiones o deseos personales.
A principios de Enero de 1937 había llegado un joven teniente, de nombre Julián Mateu. Llevaba, cosa extraña, un voluminoso macuto lleno de libros. Era de elevada estatura, pero sencillo y asequible. Enseguida tuvo ocasión de demostrar su potencia física y su agilidad en algunas marchas por la montaña. Y muy pronto hizo buenas migas con Alberto.
- Sin duda es un intelectual – le decía a Francisca. Era éste un término que le inspiraba mucho respeto y estaba convencido de que si fuesen muchos, los fascistas tendrían que quedarse en sus casas.
Julián se reunía, después de retreta, con un grupito deseoso de escuchar sus impresiones de Barcelona. Alberto les cedía su cuartucho de furriel; y allí, prescindiendo de los grados, hablaban como camaradas. Les enseñaba periódicos y en unos recortes de la prensa de octubre pudieron recrear los incidentes del paraninfo de la universidad de Salamanca, donde el legionario Millan Astray llegó a amenazar a Unamuno con su pistola; y quizá le habría disparado de no ser por la mujer de Franco que se interpuso. El caso fue que el escritor murió al cabo de tres meses.

En otra de estas entrañables reuniones les contó que había asistido al estreno de la película de Charles Chaplin, “Tiempos Modernos” en la que era guionista, productor, actor y director.
- De todas maneras – les decía – Charlot, que es genial en todo, siempre da las mejores notas como actor.
Puso un gran énfasis en explicarles que en Barcelona había conocido a un corresponsal inglés enviado por su periódico para escribir artículos sobre la guerra. Al llegar a Cataluña y ver como la clase trabajadora gobernaba las ciudades; se sintió subyugado por el ambiente. Así que dejó la pluma y se alistó en las milicias del POUM .
Recuerdo muy bien su nombre – decía - : se llamaba Eric Blair - No he sabido nada más de él. Pero siempre recordaré su facilidad para encontrarse a gusto entre las gentes más humildes. Recuerdo su expresión cuando estrechaba aquellas manos callosas.
A Cartés se le puso la piel de gallina, aquella tarde lluviosa, cuando Julián le comentó que Antonio Machado se había puesto al lado de la República. - A sus 62 años había dirigido un mensaje de aliento a las juventudes socialistas -. Siempre había sentido una gran predilección por él, y hasta recordaba aquellos versos:

En el corazón tenía,
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
ya no siento el corazón.
o o o

Alberto no se atrevía a pedirle a Julián que le dejase ver los libros que había traído en el macuto. Tan solo en una ocasión en que entró en su tienda por un asunto del servicio, observó que sobre el camastro había un ejemplar de Nietche, pudo leer el título. “La Genealogía de la Moral”: ¡cuando habría dado por conocer lo que decía!


A mediados de febrero corrieron noticias preocupantes sobre Barcelona. La ciudad había sido bombardeada. Entre aquellos milicianos, que rondaban los 16 o 17 años, se creó la natural alarma. Se hablaba de decenas de víctimas enterradas entre escombros, pero no llegaban más datos ni listas de muertos.
No era éste, que estamos presentando, el clima más propicio para que Francisca, una mañana, le comunicase a su marido que estaba embarazada.
- ¿Estás segura ?
- Sí, por supuesto – le contestó – en esto no nos equivocamos las mujeres.
Por un lado, pensando en el equilibrio de fuerzas, esto podía representar un republicanito más. Por otro, poniéndose del lado de las dificultades familiares, podía suponer una ventaja menos. Fuese por el lado de más o del lado de menos, llegaría, si todo iba bien, en octubre.
El campamento no era un lugar apropiado para una embarazada y menos para un parto. Tenían que volver a Barcelona que, de momento, les ofrecía bombardeos y racionamiento.
El comandante les despidió al pie del camión que les llevaría, a ellos dos y a la Sra. María, hasta la parada del coche de línea.

Huellas en el tiempo

Cap. 4 Censura

Alberto se encontraba a gusto en su trabajo de furriel; y aún se habría encontrado mejor sino hubiera tenido que controlar el correo. Le representaba leer toda la correspondencia que salía de la unidad, y censurar, desde las informaciones que tuvieran algún interés militar, hasta las alusiones acerca del nivel de la moral de la tropa.
La mayoría de aquellos chicos añoraban a sus familias y en sus cartas se contenían párrafos que evidenciaban estados depresivos. Alberto sufría por los padecimientos de los muchachos, y aun más, cuando tenía que tachar líneas enteras. Pero las órdenes estaban muy claras: no podía salir ningún correo que dejara entrever alguna duda sobre el espíritu militar, un buen estado mental, una confianza total en la victoria y el buen trato que recibían. Tuvo que llegar al extremo en un caso, la carta de un soldado a su novia, en que solo se podía leer: “ Al recibo de esta carta, espero que estés bien, yo también A D G.” todo el resto estaba tachado excepto la despedida: “te abraza tu novio que te quiere “.
¿ Cual sería la sensación de quien recibía semejante carta?. Solo le quedaría el consuelo de saber que su novio seguía, de momento, vivo.


Cartés tenía tan buena disposición que algunos optaban por hacerle consultas sobre lo que podían, o no podían, escribir. Atenderles, de buen grado, era una manera de crear un buen clima; y de paso le permitía pulsar el talante de las bases de reclutamiento.
Le sorprendió gratamente el elevado número de los que estaban altamente politizados. En nuestro país, las primeras insinuaciones en este terreno acostumbran a venir de una iglesia, siempre pendiente del poder, que lanza mensajes maquiavélicos para que éste pueda permanecer en manos de la derecha. Durante todo el siglo XIX la religión y la política parecían fatalmente unidas, en el XX soplaron nuevos vientos y el catolicismo empezó a declinar. Alberto podía disfrutar charlando sobre estos temas con un soldado que despuntaba por su inteligencia. Se llamaba Juan Llavería y manejaba los libros con toda libertad y buen criterio. Observó que Rosita manifestaba cierta inclinación por él; y entendió, perfectamente que Juan no reparase en una persona tan simple.
Coincidían los dos en que lo más importante era ganar la guerra y que para ello hacia falta un ejército fuerte y disciplinado. Y si bien era cierto que, en el fracaso inicial del alzamiento fascista, habían jugado un importante papel las masas populares: éstas, por si solas, no podían llevar el peso de la contienda.
A Javier Morán le gustaba acercarse a ellos dos cuando estaban de conversación. Al verle llegar: activo, voluminoso y exuberante, coincidían en que parecía evocar la figura de Bakunin. Transmitía un fervor revolucionario capaz de arrastrar a las gentes del pueblo, aunque, en ocasiones, su desprecio por el Estado y las Instituciones podía llegar a asustar a quienes le escuchasen. Sus ideas resultaban demoledoras, no solo por su contenido sino, sobre todo, por la forma como las presentaba y defendía. Resultaba descorazonador comprobar como Juan y Javier no lograban casi nunca ponerse de acuerdo. Contaba este último con un atractivo del que Juan carecía; y entre los dos se creaban, con demasiada facilidad, unos preocupantes estados de tensión que Alberto tenía que esforzarse en suavizar. Pero siempre le quedaba el mal sabor de boca por lo difícil que resultaba la relación entre un socialista y un anarquista.
Entre los chicos que pasaban sus buenos ratos en compañía de Cartés, había un navarro: Modesto Basides que tenía una cierta popularidad en el campamento por su afición al juego de pelota a mano. Solían formar, él y Antonio, una buena pareja. Cuando terminaban los partidos tenían una curiosa manera de rebajar la hinchazón de las manos: en el mismo frontón uno se estiraba con los brazos a lo largo del suelo y el otro se ponía de pie sobre sus palmas. Era Modesto un chico de carácter inquieto que nunca paraba en casa. El frontón constituía una buena salida para sus inquietudes. Era un jugador asiduo, pero a veces le faltaba la calma para el control y la reflexión que tan imprescindibles resultan para mejorar. Se había ganado cierta popularidad y le gustaba estar rodeado de gente. Alberto había observado que no era capaz de hacer cosas en solitario. El abuelo de Modesto en el regreso de Fernando VII a España en 1814, era de los que gritaban: “muera la libertad, viva el rey”. Diez años más tarde guerreaba por los derechos de Carlos V frente a la regencia de Isabel. Pero él no había heredado de su abuelo ninguna predisposición para la política y siempre se movía por impulsos personales
Tenía Basides una cierta fijación con cierto personaje de nuestra historia, nada menos que con un militar carlista: Tomás de Zumalacárregui que a la muerte de Fernando VII se distinguió por su defensa del absolutismo. Organizó con eficacia el ejército rebelde utilizando las tácticas de la guerrilla con la que se había familiarizado en la Guerra de la Independencia. Se lanzó a la toma de Bilbao, llegando a vencer a Espartero, pero fue herido frente a la ciudad y murió a consecuencia de una infección. Esto debilitó, a favor de Isabel II, las posibilidades de éxito de los carlistas.
Frente a tantas opciones, Alberto siempre mantuvo su fe en los sindicatos: la unión de todos los trabajadores con independencia de sus opciones políticas personales. Y su arma más eficaz: la huelga general.

Por encima de la historia que estamos contando, el tiempo – un ser extraño sin preferencias ideológicas – iba marcando el ritmo con unas secuencias que a nadie complacían pero todos tenían que aceptar. Y así, sin darse cuenta se encontraron con el final de 1936 que se celebró con la austeridad que imponían las circunstancias y el sentir revolucionario de aquellos republicanos.
En la armonía de la fiesta por el nuevo año, se registraba una nota discordante: doña Pablina sostenía que era un gran pecado no celebrar el nacimiento del niño Jesús; y le echaba todas las culpas al descreído de su marido. Ella hablaba y hablaba; él iba arriba y abajo por el pasillo, adivinando, más que oyendo, lo que decía. De cuando en cuando se paraba y, agitando los brazos, exclamaba:
¡¿Pero que dices chimpleta ?!... ¡que eres una chimpleta!

sábado, 10 de abril de 2010

Huellas en el Tiempo

Cap. 3 Rosita

La vida en la Mambla, transcurría, a pesar de la guerra, con pocos sobresaltos. Los soldados disponían de tiempo para relacionarse con los civiles, pero, sobre todo con “las civiles” . Por delante de la casa de Cartés, algunos de aquellos chicos se dejaban caer por las tardes con la esperanza de encontrarse con la Rosita; que ella se mostraba siempre dispuesta a darles palique, como decía, complacido, su padre.
Doña Pablina, en cambio, no tenía buenos ojos para estas visitas, que solo podían desembocar, según ella, en vicio y pecado:
- Yo sé lo que buscan – decía - ; que a mi no me la dan “ eixos”. Y a ti, si me enfurruño te va a costar algún cardenal; y no de los de misa.
El mal carácter de la madre era, sin duda, una causa de aislamiento y un origen de soledad. Porque a la pobre chica, en estas condiciones, le iba a costar mucho encontrar pareja. En un país donde la familia tiene una gran presencia, los jóvenes se fijan mucho en las madres. Saben, por tradición, que las hijas acabarán siendo como ellas.
En los varones se puede apreciar que cuando van envejeciendo cada vez se parecen, físicamente, más a sus padres. En las hembras la semejanza resulta de mayor intensidad: ellas van reproduciendo, sobre todo, el carácter. Así que: “vista la suegra, vista la niña cuando sea mujer “
Rosita era ajena a esta realidad. Su carácter débil le había originado una gran dependencia de su madre que, en el fondo, y sin que ella se diese cuenta le inspiraba más miedo que cariño.

Alberto y su hermana nunca habían llegado a entenderse. Ella era la mayor, lo que le producía un cierto aire maternal. Rosita siempre explicaba que, de pequeños, para protegerle, le tocaba soportar castigos por faltas que él había cometido. En su simplicidad, estas historias, a menudo inventadas, tenían más de burdas quejas que de señales de afecto.
Ella y Francisca tampoco sintonizaban mucho. Cuando esta se lamentaba de las preocupaciones que la familia le originaba a su marido; expresaba, en el fondo, su añoranza del tiempo en que, recién casados, vivían solos en su piso de Barcelona. Y aun más en el fondo, lo difícil que le resultaba convivir con su suegra y su cuñada.
Don Antonio, que siempre iba a su aire, tenía buenas relaciones con cualquiera, siempre que no se tratase de su mujer. Algunas tardes se metía en la cocina cuando Francisca estaba preparando la cena y pasaba un rato charlando de sus aventuras, cuando era un joven fuerte y un buen andarín. Su primer viaje a Barcelona lo hizo, cuando tenía once años, con un primo que trabajaba en una gran herrería. Era, esta empresa, la encargada de colocar la estatua de Colón sobre el pedestal cilíndrico de la puerta de la paz. Al izarla hubo un momento de pánico cuando, los obreros, temerosos de que cayera parecían dispuestos a abandonar la obra. El ingeniero se colocó, entonces, debajo del impresionante bronce de siete metros consiguiendo, con ello, infundirles confianza para continuar.
En un rincón, junto a uno de los cuatro gigantescos pedestales, aquel niño presenció todo el proceso hasta coronar los cincuenta y dos metros del monumento, y lo gravó para siempre.

Nueve años más tarde, Antonio, convertido en un mozo, entró a trabajar en la misma herrería. Allí sentó cátedra de peón incansable que necesitaba quien le señalase, porque de esto no se ocupaba, donde tenía que picar. En las operaciones de remachado, formaba equipo con un compañero vasco que tenía una habilidad especial para colocar los roblones al rojo en los taladros y aguantar con una palanca los cebollazos de Antonio. Era una manera de coser acero con acero en la que nadie podía competir con ellos.
Cuando estalló la guerra tenía 59 años, solo le faltaba uno para jubilarse. Esto de producía la agradable y nostálgica sensación de que cuando cerraba un tajo ya nunca volvería sobre el mismo.
Ya empezaba a vivir de sus recuerdos; ansiaba volver a Barcelona , sin tener que ir a trabajar. Eran muchos años saliendo de casa, aun de noche, para ir a la herrería. Llevaba la comida en un pañuelo de líos; dentro del cual, como postre, su mujer le colocaba una enorme cebolla. Ahora podría jugar a las cartas hasta entrada la noche. Compartía esta afición con el padre de Francisca y en las, aun largas, tardes de final de verano organizaban, entre los dos matrimonios, partidas de manilla en las que solo se jugaban judías secas.
Cuando se reunían todos, apostaban al siete y medio. Pero este juego, como el pocker, es un juego de “envite” pensado para manejar dinero y no resulta bien si solo pierdes, o ganas, unas judías. La lotería (que así llamaban al actual bingo) era el preferido. Rosita acostumbraba a encargarse de los números. Sacaba las bolas de una bolsa que tenía sobre la falda y cantaba:
El patito – que quería decir el dos.
Los dos patitos – era el veintidós.
La niña bonita – indicaba el dieciséis. ......
Cada jugador tenía delante unos cartones con una numeración impresa. Cuando sonaba uno de los números se ponía, encima, una judía. Cuando se completaba una línea, se había ganado. Entonces el jugador cantaba los números para que Rosita comprobase que estaban todos.
El bueno de don Antonio no dominaba muy bien eso de los números y sus judías, a veces, parecían ir por libres. Pablina, cuando le echaba algún vistazo era para confirmar, con cierta satisfacción, que no había casi ninguna en su sitio. Antonio se ponía nervioso, Pablina apretaba los labios, Francisca miraba a Alberto y la partida continuaba.

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Cap. 2 Doña Pablina

Doña Pablina consideraba que todos aquellos oficiales y soldados de la República eran unos “ rojos asesins”. Sus allegados, en vista de tan drástica opinión, le aconsejaban que fuera discreta en sus malas maneras.
- Vaya usted con cuidado – le decía su hijo – que en el ejército no se andan con chiquitas.
Alberto era la única persona que la podía reprender sin que ella recurriese a su arma preferida: “ darse por ofendida “. En este terreno era una auténtica maestra. Cuando consideraba, que alguien de su entorno había hecho algún comentario en su contra, por más ligero, frívolo, e inocente que fuese, se ponía seria, apretaba los labios y enmudecía. Y ya la teníamos liada.
Cuando conoció a la novia de su hijo, le pareció bien que Francisca fuese una chica alta. Hacía buena pareja con Alberto que también lo era. Sus grandes aficiones eran bailar y el fútbol. Jugaba en un equipo de las categorías regionales que se llamaba “Peña X”. Muchos de sus componentes, entre ellos Alberto, trabajaban en el Banco de Londres en Barcelona. Fue así como conoció y se familiarizó con el deporte a la inglesa. En aquellos años la disposición de los equipos sobre el campo era diferente de la actual – aun no había llegado de WM- Delante del portero solo había dos defensas y a continuación tres medios y los cinco delanteros. Esta disposición de los medios originaba la figura del medio centro; la preferida de Alberto porque, según él decía, era el jugador que más pelota tocaba.
Durante el noviazgo Francisca sentía mucha curiosidad por verle jugar; así que un día acudió, con su madre, sin que él lo supiera, a presenciar un partido en el campo del Sant Andreu. Fue la única vez que hizo de espectadora y no tuvo suerte con el día. Resultó un encuentro bronco, cargado de tensión y de faltas, con muchos aficionados exacerbados metiéndose con Alberto al que gritaban:
¡Aquest llarc fora! ¡Aquest llarc fora!
Estas exclamaciones no conseguían apaciguarle: antes al contrario aun le incitaban a jugar más sucio.
En la media parte Francisca se sentía tan violenta que dejaron el campo. Se propuso, por no molestarle, no hablarle nunca de esta escapada suya. Y así lo hizo pero, no para siempre, solo lo consiguió durante algunos años.


Pero dejemos el fútbol por el momento y volvamos con doña Pablina. Una de sus mejores actuaciones se había registrado, hacía algunos años por Navidad. Tenían por costumbre celebrarla en el domicilio de unos parientes. En aquella ocasión nefasta, la señora de la casa, en un giro de la charla informal de sobremesa, hizo un comentario en el sentido de que estas fiestas eran muy bonitas y muy hogareñas, pero daban mucho trabajo. Fueron unas pocas palabras distendidas y sin malicia pero, ante ellas, la Pablina decidió que tenía que “ darse por ofendida “. Y ésta fue la última vez que pasaron la Navidad con aquella familia.

Hablaba usando, como en algunas zonas de Huesca, barbarismos catalanes, con giros tales como:
¿ Qui a veniu ? , por, ¿ quien ha venido ?
Ixo no, por, esto no
Aqueixa chimpleta, por, esta estúpida.

Era uno de tantos emigrantes que no solo no se integran sino que echan pestes del país de acogida.
Decía que los catalanes hablaban como si fueran borregos, y ponía siempre el mismo ejemplo: - Si les preguntan que como se encuentran, ellos contestan “beeeeeee.....”
No se le podía negar cierta gracia en algunas de sus interpretaciones sobre hechos o situaciones históricas. Había sentado cátedra su versión de la Pasión de Cristo: según la Pablina Jesús no sufrió ningún dolor, ni siquiera ninguna molestia, en la crucifixión. Los azotes y los clavos no consiguieron sus propósitos. Durante todo el proceso, él no hizo más que reírse de aquellos infelices, desgraciados e ilusos; que se creían, en serio, que le estaban martirizando.


El mal ejemplo de la Pablina ejercía alguna influencia en Rosita, ninguna en Alberto. Tanto él como su chicota se esforzaban en ser aceptados como auténticos catalanes. Aprendieron bien el idioma y mientras él jugaba en un equipo de fútbol de la ciudad, ella formaba parte de una agrupación teatral con cuyos miembros bailaba sardanas en las plazas mayores. Llegó, incluso, a actuar en alguna comedia y su nombre en los repartos era Francina.

Alberto y Francisca formaban, además, una excelente pareja de baile. En las fiestas algunas parejas se paraban por el gusto de mirarles; y ellos tenían la virtud de saber llenar todo el espacio de la pista de que disponían. Su especialidad era el tango.
Cuando en vacaciones habían visitado los pueblos de sus padres su interpretación de la Comparsita había dejado una huella que se mantenía durante años:
- ¡Es que daba gusto verles!

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HUELLAS EN EL TIEMPO

Cap. 1 Al frente

En el levantamiento de 1936, los militares no habían conseguido acabar, de un golpe, con la República. El territorio español quedó dividido en dos y comenzó la Guerra Civil.
Alberto Cartés tenía entonces 30 años, era de origen aragonés y vivía en Cataluña, donde el “alzamiento” había fracasado. Se sentía bien dispuesto para entrar en filas en un ejército regular; pero los sectores más a la izquierda del gobierno pretendían formas milicias populares. Esta idea, que parecía imponerse en Barcelona, hizo exclamar a Cartés:
- Por este camino perderemos la guerra.
Cuando se alistó fue destinado, en Gerona, a una unidad de adiestramiento e instrucción de las tropas que debían ser enviadas al frente. Allí desempeñó el cargo de cabo furriel, con responsabilidad en la correspondencia y en la provisión de alimentos para las cocinas.
La guerra había irrumpido en su vida, como en la de todos los ciudadanos, como una visita inoportuna e inesperada que no respeta nada ni nadie. En los pequeños pueblos era frecuente ver como algunos caciquillos aprovechaban para enriquecerse. La situación de crisis favorecía los préstamos abusivos o el cambio de tierras por comida. También eran frecuentes las denuncias contra personas, por rencillas personales o por el simple hecho de que se les debía dinero.
A pesar de todo existía en muchos la voluntad de seguir con su vida de cada día. Se enamoraban, buscaban trabajo, estudiaban e incluso tenían hijos al son de los desfiles y los bombardeos. Alberto fue uno más. Se había casado aquel mismo año y cuando, a los pocos meses, lo destinaron al campamento de Gerona, se encontró con que el ejército le había movilizado a él y, en respuesta, su familia se había movilizado con él. Cuando solo llevaba unos días en su nueva unidad, en la zona llamada La Mambla, se presentaron en un coche de línea, sus padres, sus suegros, su hermana y su mujer. Su grado de furriel fue decisivo para que pudieran instalarse en un caserón vacío.
Del comandante del puesto lo más acertado que podía decirse es que no iba sobrado de eso que se conoce como espíritu militar. Haber sido destinado a semejante destierro era una señal de lo mal considerado que estaba en el cuartel general y por su parte, ya le pareció bien que este nombramiento le mantuviera alejado de las acciones de guerra.
Cuando Cartés le pidió permiso para instalar a su familia, vio con buenos ojos la presencia de civiles en aquel entorno campestre con cuatro casas desperdigadas. Allí no había consistorio, ni falta que hacía; tampoco había iglesia, pero no la echarían de menos en una unidad militar republicana.
Los primeros contingentes de tropa llegaron a los pocos días en camiones militares. Se alojaban en tiendas de campaña instaladas en una explanada vecina y vivían a toque de corneta. Pasaban la jornada en hacer la instrucción, en aprender el uso y limpieza de los mosquetones, en comer y en dormir.
Alberto Cartés, desde su puesto en los almacenes y en las cocinas velaba por los suministros para su familia. A Francisca, su mujer, le sabía mal el trabajo extra que esto le representaba.
- Si no fuera por nosotros – le decía – vivirías la mar de tranquilo.
Era una de esas personas de maneras suaves, que, sin saber como tienen gravado en la mente como deben ser las cosas. De ahí resultaba una curiosa mezcla de chica dulce y mandona.
Alberto era un ateo tolerante con los usos católicos de su mujer. No ponía obstáculos a que cumpliera los preceptos y en Barcelona la esperaba, a la puerta de la parroquia, a que saliera de la misa de los domingos. De acuerdo con su forma de pensar le había planteado que celebrasen un matrimonio civil. Ella no se mostró abiertamente en contra, pero la boda acabó celebrándose por la Iglesia, con gran satisfacción de la madre de Alberto, doña Paulina, la gran fascista de aquella familia de campesinos aragoneses no creyentes, que formaba, con su marido don Antonio, una de las parejas peor avenidas que se han visto; hasta el punto de que habría resultado prácticamente imposible encontrar a alguien que hubiese presenciado una conversación distendida – ya no digamos amable - entre ellos dos. Su falta de sincronización llegaba al extremo de no caminar nunca juntos; de manera que cuando iban de visita, él llegaba siempre el primero y ella aparecía después. Cuando salían de un mismo sitio, como cada uno tenía su velocidad de crucero, tardaban pocos segundos en distanciarse.
Había una circunstancia que facilitaba esta peculiar relación: él era muy duro de oído, y Paulina (o Pablina, como él la llamaba) cuando hablaba, lo hacía en un nivel de voz perfectamente ajustado para que Antonio no rascase bola. Eso le permitía pensar que todo lo que decía su mujer estaba destinado a fastidiarle.
Rosita, la hermana pequeña de Alberto, de quien su padre decía que era una chica de mucho palique, tenía, en efecto, el don de la palabra que, en cierto modo era la compensación de un rostro poco agraciado y marcado de viruelas.
Tenía una gran afición por el cine y conocía a casi todos los actores, cuyos nombres, al aplicarles la pronunciación castellana, sonaban de forma curiosa (Tirone Pover, Rita Aivor, Ester Biliams, o Buster Queaton), cuando contaba, con su gracia característica las películas que había visto.
De una de ellas me acuerdo especialmente:
- “Esos rusos – decía- son unos tíos muy raros. Cuando llegan en algún barco de guerra a Barcelona, tienen prohibido tomar agua de nuestras fuentes. No pueden beber ni en Canaletas. ¿¡ Abrase visto cosa igual ¡?. Sus jefes les llenan unas cantimploras con agua del barco, que con tantos días de viaje ya debe estar podrida, ¡ y ala, a pasear por la Rambla !. Y si alguno no hace caso, dice que lo tiran al mar.
- A veces me dan ganas de sacarles un vaso de agua fresca y gritarles:¡ eh rusquis! ¡ aguatova frescof ¡, pero no me atrevo ; igual me tiran a mi al mar.
- Pues, y seguía, he visto una película donde esos tíos se matan entre ellos. Pero no lo hacen como la gente normal. Aquí si hay que matar a uno lo matamos en el campo de la Bota o en la playa, para que caiga bien. Pero ellos no; ellos les disparan a sus coleguis por unas escaleras, y el que no muere de los tiros muere descalabrado. Además, eso de matarse es, entre nosotros, un asunto de hombres. Pero los rusquis matan a todo quisque, incluso a un bebé que va en un cochecito lo persiguen para matarle; y el pobre tiene que salir pitando escaleras a bajo, como si fuera un vaquero en el Oeste, y esos gatos con botas detrás disparando.”

Allí en La Mambla estaban también Miguel y María, los padres de Francisca. A él le gustaba mucho jugar a las cartas, y a ella sentarse a mirar. A su manera estaban bien avenidos y caminaban, a diferencia de los padres de Alberto, siempre juntos pero no uno al lado del otro. María iba primero y Miguel (ella le llamaba Maño) detrás pero manteniendo, en todo momento, la distancia.