domingo, 9 de mayo de 2010

Beethoven, Velázquez, Cervantes


Introducción

Santiago Piquet contaba 18 años cuando decidió estudiar arquitectura. Esto le convertía en el primer universitario de la familia. A sus padres les causó un doble efecto: por un lado era un orgullo pero una preocupación por otro. Mientras se reconfortaban pensando que Santiago era un chico listo que dibujaba de maravilla; no acababan de ver claros los números de lo que tal decisión representaba. Sin embargo se mostraron dispuestos a hacer frente a los sacrificios necesarios para sufragar los gastos de la decisión de su único hijo.
En casa, a las horas de comer, no daba demasiadas explicaciones. Solo existía, apenas, una leve sintonía entre el matrimonio y el chico. Cuando, rara vez, planteaba alguna cuestión de fondo relativa a sus estudios, se creaba más confusión que clima de diálogo. Sin embargo, los tres vivían tranquilos así.
Santiago conectaba con la gente, lo que le daba una cierta notoriedad y una evidente facilidad para hacer amistades. No tenía un carácter fuerte, antes, al contrario era, más bien, de maneras suaves y su popularidad no llevaba camino de hacer de él un líder.
Para definir su inclinación por la arquitectura contó con la complicidad de Matías Ruiz. Juntos habían pasado largas y numerosas tardes ojeando revistas y comentando libros: entre ellos el de Sigfrid Giedion :” Espacio Tiempo y Arquitectura”. A estas reuniones Matías acudía con su amigo Ernesto Ramón. Los dos hacían buenas migas a pesar de sus caracteres desiguales y hasta contrapuestos. Matías eficaz como una hormiga, interesado y calculador. Ernesto, en cambio, era un desastre con bastantes buenas cualidades: despierto, agudo y con un buen olfato; pero ninguna de ellas le servía para lograr los objetivos que se proponía.
A pesar de tantos contrastes mantenían una buena relación que un observador agudo habría pronosticado que no sería larga. Pero de momento iban tirando y su presencia en reuniones, conferencias y asambleas no pasaba desapercibida.

Pues ya tenemos a nuestros tres jóvenes pendientes de elegir una Escuela, de las dos posibles, para iniciar sus estudios de arquitectura: la de Barcelona y la de San Cugat ( o del Vallés).
Como las condiciones de acceso físico eran similares para ellos, tenían una gran ventaja: solo debían pensar en la calidad. ¡La calidad!: vaya palabra y vaya compromiso. Ernesto y Santiago defendían que Barcelona era un terreno más fértil para estudiantes autosuficientes capaces de soportar la influencia negativa de profesores alucinados. Matías opinaba que S.Cugat les podía ofrecer un clima sosegado donde resultase más seguro y estable ir aprobando asignaturas.
Así que eligieron esta última.

Como tantos estudiantes de arquitectura los tres amigos tenían previsto ir a la Escuela por la mañana y trabajar en un despacho por la tarde. Era un sistema acorde con las exigencias de los centros,
En el primer mes de clase Ernesto empezó a faltar y a pesar de la ayuda que le ofrecían sus dos amigos, ni siquiera intentó seguir el ritmo. Daba la excusa de que en el despacho de las tardes el trabajo se había disparado. La realidad, sin embargo, era otra bien distinta: a Ernesto le faltaba capacidad para organizar su tiempo y sus energías en una sola dirección. Sus compañeros, en cambio, eran lo bastante ordenados para atender los variados requerimientos que se derivan de estudiar, trabajar y vivir, no siempre claramente delimitados y, por ello, frecuentes orígenes de mezclas y confusiones. No es fácil, por ejemplo, delimitar de forma adecuada la dedicación a la cultura, a la información, a la sabiduría, a la creatividad....al ocio ....y a tantas otras que nos rodean y parecen querer subyugarnos.
Cuando leemos “El Quijote”, el libro en nuestras manos ya nos es suficiente. Sin embargo un ensayo dedicado a la música o al cine nos obliga a extender nuestros modestos y torpes tentáculos para cumplimentar la lectura con lo que estamos necesitando ver y oir.

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