Cap. 2 Doña Pablina
Doña Pablina consideraba que todos aquellos oficiales y soldados de la República eran unos “ rojos asesins”. Sus allegados, en vista de tan drástica opinión, le aconsejaban que fuera discreta en sus malas maneras.
- Vaya usted con cuidado – le decía su hijo – que en el ejército no se andan con chiquitas.
Alberto era la única persona que la podía reprender sin que ella recurriese a su arma preferida: “ darse por ofendida “. En este terreno era una auténtica maestra. Cuando consideraba, que alguien de su entorno había hecho algún comentario en su contra, por más ligero, frívolo, e inocente que fuese, se ponía seria, apretaba los labios y enmudecía. Y ya la teníamos liada.
Cuando conoció a la novia de su hijo, le pareció bien que Francisca fuese una chica alta. Hacía buena pareja con Alberto que también lo era. Sus grandes aficiones eran bailar y el fútbol. Jugaba en un equipo de las categorías regionales que se llamaba “Peña X”. Muchos de sus componentes, entre ellos Alberto, trabajaban en el Banco de Londres en Barcelona. Fue así como conoció y se familiarizó con el deporte a la inglesa. En aquellos años la disposición de los equipos sobre el campo era diferente de la actual – aun no había llegado de WM- Delante del portero solo había dos defensas y a continuación tres medios y los cinco delanteros. Esta disposición de los medios originaba la figura del medio centro; la preferida de Alberto porque, según él decía, era el jugador que más pelota tocaba.
Durante el noviazgo Francisca sentía mucha curiosidad por verle jugar; así que un día acudió, con su madre, sin que él lo supiera, a presenciar un partido en el campo del Sant Andreu. Fue la única vez que hizo de espectadora y no tuvo suerte con el día. Resultó un encuentro bronco, cargado de tensión y de faltas, con muchos aficionados exacerbados metiéndose con Alberto al que gritaban:
¡Aquest llarc fora! ¡Aquest llarc fora!
Estas exclamaciones no conseguían apaciguarle: antes al contrario aun le incitaban a jugar más sucio.
En la media parte Francisca se sentía tan violenta que dejaron el campo. Se propuso, por no molestarle, no hablarle nunca de esta escapada suya. Y así lo hizo pero, no para siempre, solo lo consiguió durante algunos años.
Pero dejemos el fútbol por el momento y volvamos con doña Pablina. Una de sus mejores actuaciones se había registrado, hacía algunos años por Navidad. Tenían por costumbre celebrarla en el domicilio de unos parientes. En aquella ocasión nefasta, la señora de la casa, en un giro de la charla informal de sobremesa, hizo un comentario en el sentido de que estas fiestas eran muy bonitas y muy hogareñas, pero daban mucho trabajo. Fueron unas pocas palabras distendidas y sin malicia pero, ante ellas, la Pablina decidió que tenía que “ darse por ofendida “. Y ésta fue la última vez que pasaron la Navidad con aquella familia.
Hablaba usando, como en algunas zonas de Huesca, barbarismos catalanes, con giros tales como:
¿ Qui a veniu ? , por, ¿ quien ha venido ?
Ixo no, por, esto no
Aqueixa chimpleta, por, esta estúpida.
Era uno de tantos emigrantes que no solo no se integran sino que echan pestes del país de acogida.
Decía que los catalanes hablaban como si fueran borregos, y ponía siempre el mismo ejemplo: - Si les preguntan que como se encuentran, ellos contestan “beeeeeee.....”
No se le podía negar cierta gracia en algunas de sus interpretaciones sobre hechos o situaciones históricas. Había sentado cátedra su versión de la Pasión de Cristo: según la Pablina Jesús no sufrió ningún dolor, ni siquiera ninguna molestia, en la crucifixión. Los azotes y los clavos no consiguieron sus propósitos. Durante todo el proceso, él no hizo más que reírse de aquellos infelices, desgraciados e ilusos; que se creían, en serio, que le estaban martirizando.
El mal ejemplo de la Pablina ejercía alguna influencia en Rosita, ninguna en Alberto. Tanto él como su chicota se esforzaban en ser aceptados como auténticos catalanes. Aprendieron bien el idioma y mientras él jugaba en un equipo de fútbol de la ciudad, ella formaba parte de una agrupación teatral con cuyos miembros bailaba sardanas en las plazas mayores. Llegó, incluso, a actuar en alguna comedia y su nombre en los repartos era Francina.
Alberto y Francisca formaban, además, una excelente pareja de baile. En las fiestas algunas parejas se paraban por el gusto de mirarles; y ellos tenían la virtud de saber llenar todo el espacio de la pista de que disponían. Su especialidad era el tango.
Cuando en vacaciones habían visitado los pueblos de sus padres su interpretación de la Comparsita había dejado una huella que se mantenía durante años:
- ¡Es que daba gusto verles!
Doña Pablina consideraba que todos aquellos oficiales y soldados de la República eran unos “ rojos asesins”. Sus allegados, en vista de tan drástica opinión, le aconsejaban que fuera discreta en sus malas maneras.
- Vaya usted con cuidado – le decía su hijo – que en el ejército no se andan con chiquitas.
Alberto era la única persona que la podía reprender sin que ella recurriese a su arma preferida: “ darse por ofendida “. En este terreno era una auténtica maestra. Cuando consideraba, que alguien de su entorno había hecho algún comentario en su contra, por más ligero, frívolo, e inocente que fuese, se ponía seria, apretaba los labios y enmudecía. Y ya la teníamos liada.
Cuando conoció a la novia de su hijo, le pareció bien que Francisca fuese una chica alta. Hacía buena pareja con Alberto que también lo era. Sus grandes aficiones eran bailar y el fútbol. Jugaba en un equipo de las categorías regionales que se llamaba “Peña X”. Muchos de sus componentes, entre ellos Alberto, trabajaban en el Banco de Londres en Barcelona. Fue así como conoció y se familiarizó con el deporte a la inglesa. En aquellos años la disposición de los equipos sobre el campo era diferente de la actual – aun no había llegado de WM- Delante del portero solo había dos defensas y a continuación tres medios y los cinco delanteros. Esta disposición de los medios originaba la figura del medio centro; la preferida de Alberto porque, según él decía, era el jugador que más pelota tocaba.
Durante el noviazgo Francisca sentía mucha curiosidad por verle jugar; así que un día acudió, con su madre, sin que él lo supiera, a presenciar un partido en el campo del Sant Andreu. Fue la única vez que hizo de espectadora y no tuvo suerte con el día. Resultó un encuentro bronco, cargado de tensión y de faltas, con muchos aficionados exacerbados metiéndose con Alberto al que gritaban:
¡Aquest llarc fora! ¡Aquest llarc fora!
Estas exclamaciones no conseguían apaciguarle: antes al contrario aun le incitaban a jugar más sucio.
En la media parte Francisca se sentía tan violenta que dejaron el campo. Se propuso, por no molestarle, no hablarle nunca de esta escapada suya. Y así lo hizo pero, no para siempre, solo lo consiguió durante algunos años.
Pero dejemos el fútbol por el momento y volvamos con doña Pablina. Una de sus mejores actuaciones se había registrado, hacía algunos años por Navidad. Tenían por costumbre celebrarla en el domicilio de unos parientes. En aquella ocasión nefasta, la señora de la casa, en un giro de la charla informal de sobremesa, hizo un comentario en el sentido de que estas fiestas eran muy bonitas y muy hogareñas, pero daban mucho trabajo. Fueron unas pocas palabras distendidas y sin malicia pero, ante ellas, la Pablina decidió que tenía que “ darse por ofendida “. Y ésta fue la última vez que pasaron la Navidad con aquella familia.
Hablaba usando, como en algunas zonas de Huesca, barbarismos catalanes, con giros tales como:
¿ Qui a veniu ? , por, ¿ quien ha venido ?
Ixo no, por, esto no
Aqueixa chimpleta, por, esta estúpida.
Era uno de tantos emigrantes que no solo no se integran sino que echan pestes del país de acogida.
Decía que los catalanes hablaban como si fueran borregos, y ponía siempre el mismo ejemplo: - Si les preguntan que como se encuentran, ellos contestan “beeeeeee.....”
No se le podía negar cierta gracia en algunas de sus interpretaciones sobre hechos o situaciones históricas. Había sentado cátedra su versión de la Pasión de Cristo: según la Pablina Jesús no sufrió ningún dolor, ni siquiera ninguna molestia, en la crucifixión. Los azotes y los clavos no consiguieron sus propósitos. Durante todo el proceso, él no hizo más que reírse de aquellos infelices, desgraciados e ilusos; que se creían, en serio, que le estaban martirizando.
El mal ejemplo de la Pablina ejercía alguna influencia en Rosita, ninguna en Alberto. Tanto él como su chicota se esforzaban en ser aceptados como auténticos catalanes. Aprendieron bien el idioma y mientras él jugaba en un equipo de fútbol de la ciudad, ella formaba parte de una agrupación teatral con cuyos miembros bailaba sardanas en las plazas mayores. Llegó, incluso, a actuar en alguna comedia y su nombre en los repartos era Francina.
Alberto y Francisca formaban, además, una excelente pareja de baile. En las fiestas algunas parejas se paraban por el gusto de mirarles; y ellos tenían la virtud de saber llenar todo el espacio de la pista de que disponían. Su especialidad era el tango.
Cuando en vacaciones habían visitado los pueblos de sus padres su interpretación de la Comparsita había dejado una huella que se mantenía durante años:
- ¡Es que daba gusto verles!
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