Cap.9 Preguntas sin respuesta
Después de algunas dudas debidas, como no podía ser menos, al estado del país , la energía de Rafael Mustieles fue necesaria y suficiente para animar a un grupo de amigos a emprender, por fin, en un permiso de fin de semana, la salida que iban aplazando desde hacía tiempo. Alberto podía, así, ampliar sus horizontes en buena compañía. Sentía curiosidad por ver a Rafael en funciones; y no le defraudó porque el chico, en el monte, era todo un espectáculo. No solo recorría los caminos y se empinaba por las crestas; también se constituía en un glosador de la excursión:
Si algunos tramos de la ruta le parecían en exceso concurridos, exclamaba:
- ¡Ala, ala! esto parece la rambla.
Ante los despojos de visitantes poco cuidadosos:
- ¡Aquí habrá que instalar papeleras!
Alberto participó muy a gusto en esta expedición en la que pudo comprobar que Rafael Mustieles era un chico extrovertido que sabía muchas cosas y que sabía ordenarlas en el tablero de su extensa cultura.
Con la guerra por en medio, no les iba a resultar fácil organizar otras salidas. Y ya podían estar contentos de la buena manera con que ésta se estaba desarrollando. Así que decidieron aprovechar la jornada, ascender a las cumbres a buen paso y bajarlas a ritmo alegre.
Alberto pudo, así, disfrutar de sus condiciones físicas. Quien tiene una buena educación atlética es capaz de entender, y adaptarse, a cualquier disciplina dentro de este mundo del deporte, tan rico y variado.
Como eran malos tiempos, el buen sabor de la montaña tuvo su contrapartida. Recordará el lector las referencias a los movimientos de tropas hacia el sector occidental de Madrid. Muchos soldados que Alberto había ayudado a instruir estaban allí. Y él los recordaba muy bien. Por espacio de veinte días se había librado una batalla con muchas alternancias. Las informaciones a las que tuvo acceso le confirmaron que la de Brunete había terminado en una derrota para la República, donde las unidades del gobierno habían perdido más de 25.000 hombres. Alberto pensó que una cifra tan alta debía tratarse de un error. No podía aceptar que tantos de aquellos muchachos habían realizado su último viaje. Pero la noticia se confirmó y le costó pasar algunas noches en blanco. Las imágenes de Juan Llavería, de Javer Morán y tantos otros se superponían con el rostro de un negro futuro para su país.
- De aquí a tres meses – se decía - ¿qué panorama le voy a ofrecer a mi hijo?.
- ¿Tendrá que educarse entre curas y falangistas?
- Cuando escuche el himno nacional. ¿Lo verá como un canto a la derrota de su padre?
- ¿Entenderá que países tan cultos como Italia y Alemania hayan ayudado a una persona como Franco?
- ¿Deberá conformarse con que el Papa sea infalible, con que Mussulini y Hitler estén ahí, con que se prohiban partidos políticos, con que Inglaterra nos haya abandonado?.
Pasaba las noches haciéndose preguntas, que, a veces, era mejor dejar sin responder.
Después de algunas dudas debidas, como no podía ser menos, al estado del país , la energía de Rafael Mustieles fue necesaria y suficiente para animar a un grupo de amigos a emprender, por fin, en un permiso de fin de semana, la salida que iban aplazando desde hacía tiempo. Alberto podía, así, ampliar sus horizontes en buena compañía. Sentía curiosidad por ver a Rafael en funciones; y no le defraudó porque el chico, en el monte, era todo un espectáculo. No solo recorría los caminos y se empinaba por las crestas; también se constituía en un glosador de la excursión:
Si algunos tramos de la ruta le parecían en exceso concurridos, exclamaba:
- ¡Ala, ala! esto parece la rambla.
Ante los despojos de visitantes poco cuidadosos:
- ¡Aquí habrá que instalar papeleras!
Alberto participó muy a gusto en esta expedición en la que pudo comprobar que Rafael Mustieles era un chico extrovertido que sabía muchas cosas y que sabía ordenarlas en el tablero de su extensa cultura.
Con la guerra por en medio, no les iba a resultar fácil organizar otras salidas. Y ya podían estar contentos de la buena manera con que ésta se estaba desarrollando. Así que decidieron aprovechar la jornada, ascender a las cumbres a buen paso y bajarlas a ritmo alegre.
Alberto pudo, así, disfrutar de sus condiciones físicas. Quien tiene una buena educación atlética es capaz de entender, y adaptarse, a cualquier disciplina dentro de este mundo del deporte, tan rico y variado.
Como eran malos tiempos, el buen sabor de la montaña tuvo su contrapartida. Recordará el lector las referencias a los movimientos de tropas hacia el sector occidental de Madrid. Muchos soldados que Alberto había ayudado a instruir estaban allí. Y él los recordaba muy bien. Por espacio de veinte días se había librado una batalla con muchas alternancias. Las informaciones a las que tuvo acceso le confirmaron que la de Brunete había terminado en una derrota para la República, donde las unidades del gobierno habían perdido más de 25.000 hombres. Alberto pensó que una cifra tan alta debía tratarse de un error. No podía aceptar que tantos de aquellos muchachos habían realizado su último viaje. Pero la noticia se confirmó y le costó pasar algunas noches en blanco. Las imágenes de Juan Llavería, de Javer Morán y tantos otros se superponían con el rostro de un negro futuro para su país.
- De aquí a tres meses – se decía - ¿qué panorama le voy a ofrecer a mi hijo?.
- ¿Tendrá que educarse entre curas y falangistas?
- Cuando escuche el himno nacional. ¿Lo verá como un canto a la derrota de su padre?
- ¿Entenderá que países tan cultos como Italia y Alemania hayan ayudado a una persona como Franco?
- ¿Deberá conformarse con que el Papa sea infalible, con que Mussulini y Hitler estén ahí, con que se prohiban partidos políticos, con que Inglaterra nos haya abandonado?.
Pasaba las noches haciéndose preguntas, que, a veces, era mejor dejar sin responder.
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