domingo, 9 de mayo de 2010

Beethoven, Velázquez, Cervantes



Cap. 1 Contacto con la optativa

Santiago y Matías llevan ya tres años levantándose temprano, unos días más que otros, entre lunes y viernes. Dentro de esta rutina, el jueves resulta especial: una clase de construcción empieza puntualísima a las 8,30, y siempre con un ejercicio puntuable que lleva el divertido nombre de “despertador”.
Este cuatrimestre se han matriculado de una optativa con un nombre muy llamativo: “Beethoven, Velanquez, Cervantes” que representa un intento de evitar que nuestra cultura se siga fragmentando. Este esfuerzo podría situarse en el marco del discurso de Doris Lessing en la entrega del Premio, de las Letras 2001, Príncipe de Asturias, donde hizo un llamamiento para frenar la desaparición de la educación humanística en las universidades
Respecto a esta asignatura parecía lógico buscar algunas referencias de compañeros que ya hubieran pasado por ella. Si bien es cierto que la mayoría se organiza la matrícula en función, sobre todo, de los horarios, en este caso pensaron que valía la pena saber donde se metían.
Una amiga de Santiago, que también la había elegido, les informó sobre sus pesquisas. Se llamaba Yolanda Burnes y era una empollona bien organizada. Por ella supieron que la simple asistencia garantizaba el aprobado; y que, después, te quedaba materia para ir estudiando, por cuenta propia, durante cuarenta o cincuenta años. Yolanda, cumpliendo con su habitual eficacia, disponía, incluso, de algunas notas, a modo de interrogantes, que había conseguido:
1) ¿Fue Tiziano el primer pintor en aplicar el color con pinceladas sueltas y claramente perceptibles?
2) ¿Existen fragmentos en la música de Beethoven de los que pueda decirse que suenan mal?
3) Cuando tratamos de arquitectura, pintura, literatura, e incluso música: en el fondo ¿no todo es lo mismo?
4) Al escritor Josep Pla no le fue concedido el premio Nobel. ¿lo merecía?
5) ¿Como valoramos la Sagrada Familia de Gaudí?

Para Yolanda responder a estas preguntas representaba un simple problema de eficacia; no experimentaba por ninguna de ellas un interés vital. Tenía que haberse planteado porque, siendo tan aplicada y eficaz, siempre sufría para aprobar los proyectos. Pero este interrogante no estaba en su lista.

A Santiago y Matías solo les faltaba saber quien era el profesor responsable de este invento:
Supieron que se llamaba Felipe Clavero, que se entendía bastante bien con los alumnos y que nunca faltaba a clase. De él se decía que su mujer le había acompañado a la Escuela, porque no podía conducir, el día siguiente de haberse roto una pierna.

Según los horarios la optativa funcionaría los jueves por la tarde de 4,30 a 8. Este día los chicos tendrían que quedarse a comer en la Escuela. Y algunos se pasarían allí doce horas con un descanso de dos. El amplio comedor les permitiría hacer tertulias en la sobremesa. Durante la conversación distendida del primer día aparecieron, a la hora del café, dos nuevos matriculados: Elisa Roca y Jesús Puente; se presentaron juntos y tomaron asiento. Elisa pertenecía a una adinerada familia pero no hacía ostentación; era sencilla, humilde y consciente de que todos los conocimientos que iba incorporando le suponían un gran esfuerzo. Jesús, en cambio, era el personaje opuesto: hijo de obreros, era exuberante, culto, agudo y tenía una dimensión vulgar que sabía manejar con mucha gracia.
Nadie se libraba de sus burlas. Empezó preguntándoles si eran conscientes del rollo que Felipe les iba a clavar. Elisa se escandalizaba de sus maneras pero tenía que rendirse ante su exuberancia.

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