Cap 17. Regreso a casa
Julián Matéu se encontraba entre los que habían regresado a Barcelona a principios de año de 1939. Allí pudo constatar la inmensa tristeza de Alberto.
Ninguno de los dos tuvo que sufrir represalias directas por parte de los vencedores; pero su prepotencia les mortificaba cuando veían venir el encumbramiento de tantos líderes fascistas que no perdían ocasión para humillar a los vencidos.
Julián se sabía de memoria el parte del final de campaña: “Cautivo y desarmado el ejercito rojo, las tropas leales han conseguido sus últimos objetivos militares; la guerra ha terminado”
Alberto y él charlaban a cerca de sus impresiones sobre la Batalla del Ebro:
- He tenido – le decía Julián – la oportunidad de conocer, e incluso poder conversar con Hemingway. Me dijo que tenía un libro en proyecto a partir de esta experiencia.
- ¡Como me habría gustado conocerle! – comentaba Alberto – si hubiésemos estado los tres juntos quizá se habría ganado esta batalla.
- Atacando por tres flancos y tirando al río a Franco.
- ¿Crees que Franco debe saber nadar? – pregunto Alberto.
- En politiqueo, al menos, lo está demostrando.
- Y los obispos y los banqueros ¿saben nadar?
- ¿Sabes que te rondan por la cabeza unas ideas muy raras?
- A ver si con ellas me animo – exclamó Alberto –, solo intentaba arreglar el mundo a base de ahogar gente.
- Pues por mi no te detengas.
- Al menos – seguía Alberto – nos queda el consuelo de haber tenido a nuestro lado a los hombres de bien.
- Lástima que no nos ha servido de mucho.
- ¿Qué dirá la historia de nosotros?
- Imagino – comentaba Julián – que se nos considerará como víctimas del matrimonio entre la Iglesia y el Capital, bendecido por Alemania e Italia.
- Y ahora nos toca tragar quina….. Intentaremos no ahogarnos en ella.
Julián Matéu se encontraba entre los que habían regresado a Barcelona a principios de año de 1939. Allí pudo constatar la inmensa tristeza de Alberto.
Ninguno de los dos tuvo que sufrir represalias directas por parte de los vencedores; pero su prepotencia les mortificaba cuando veían venir el encumbramiento de tantos líderes fascistas que no perdían ocasión para humillar a los vencidos.
Julián se sabía de memoria el parte del final de campaña: “Cautivo y desarmado el ejercito rojo, las tropas leales han conseguido sus últimos objetivos militares; la guerra ha terminado”
Alberto y él charlaban a cerca de sus impresiones sobre la Batalla del Ebro:
- He tenido – le decía Julián – la oportunidad de conocer, e incluso poder conversar con Hemingway. Me dijo que tenía un libro en proyecto a partir de esta experiencia.
- ¡Como me habría gustado conocerle! – comentaba Alberto – si hubiésemos estado los tres juntos quizá se habría ganado esta batalla.
- Atacando por tres flancos y tirando al río a Franco.
- ¿Crees que Franco debe saber nadar? – pregunto Alberto.
- En politiqueo, al menos, lo está demostrando.
- Y los obispos y los banqueros ¿saben nadar?
- ¿Sabes que te rondan por la cabeza unas ideas muy raras?
- A ver si con ellas me animo – exclamó Alberto –, solo intentaba arreglar el mundo a base de ahogar gente.
- Pues por mi no te detengas.
- Al menos – seguía Alberto – nos queda el consuelo de haber tenido a nuestro lado a los hombres de bien.
- Lástima que no nos ha servido de mucho.
- ¿Qué dirá la historia de nosotros?
- Imagino – comentaba Julián – que se nos considerará como víctimas del matrimonio entre la Iglesia y el Capital, bendecido por Alemania e Italia.
- Y ahora nos toca tragar quina….. Intentaremos no ahogarnos en ella.
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