miércoles, 14 de abril de 2010

Huellas en el tiempo

Cap. 7 Una bomba

Cuando se despertaba durante la noche – siempre le pasaba igual – tenía que recorrer el entorno con la vista, hasta que lograba situarse.
- ¿A que estamos?. Ah sí, jueves y esto es Montgat. Hoy no toca madrugar.
Y podía darse la vuelta, aunque en aquel mismo instante añoraba su cama.
Recordaba una cantinela de su madre: - “casa mía, cama mía. Y esto fue – junto con el deseo de acceder a un buen control médico de Francisca – lo que les hizo volver a Barcelona para quedarse esperando el nacimiento. De paso, Alberto podía disfrutar de una ciudad sin clases, dinámica, creadora de riqueza y bienestar. Lo demostraba el hecho de que en el primer trimestre del año – y a pesar de la guerra – la Ciudad Condal había contribuido al crecimiento de la producción industrial de la República.

En cuanto a las necesidades de suministros para las familias, el barrio estaba bien provisto; justo delante de la Catedral, la Sra. María era clienta de una pequeña tienda de calzado. Allí había visto unas zapatillas que le perecieron muy cómodas. Como no tenían su número le dijeron que volviese en unas semanas, que ya se las guardarían.
Al volver de La Mambla recordó que tenía pendiente recogerlas y se dirigió, por al Via Layetana, a la tienda. Allí se encontró con una desagradable sorpresa: en aquella manzana había caído una bomba y la zapatería y sus zapatillas habían desaparecido con ella. Solo quedaban los escombros que tardaron en ser retirados, dejando el espacio libre frente a la Catedral como ahora lo vemos.
A los sufridos barceloneses les resultaba muy difícil mantener un ritmo normal en sus vidas. Las colas en los comercios, como consecuencia del racionamiento, estaban a la orden del día. Cuando sonaban las sirenas la gente huía. No se guardaba ninguna tanda y pasado el bombardeo había que volver a empezar. En estos casos, Francisca se arriesgaba para poder ganar tiempo: cuando todo el mundo se iba a los refugios ella se quedaba sola frente a la tienda, resguardada en el dintel. Pasado el peligro se encontraba en el primer puesto de la cola.
o o o

Los Cartés vivían en la calle Correo Viejo, casi tocando al paseo Colón, en el primer piso de la casa de seis plantas. Los padres de Francisca lo habían alquilado en 1910, justo al llegar del pueblo. Allí nació ella cinco años más tarde. Recordaba, con cierto disgusto que cuando era pequeña tenían un realquilado sin derecho a comida. Un señor solo que ocupaba la habitación pequeña que no tenía ventana, ni armario; solo una mesita justo para la maleta. En días de lluvia o de mucho frío, pedía permiso para sentarse en la sala. Doña María le dejaba siempre que no fuese a las horas de las comidas. En el dormitorio solo tenía una pálida bombilla que colgaba del techo. Francisca siempre recordaba que cuando, el pobre señor, quería poner el reloj en hora tenía que colocarse justo debajo y levantar las manos.

o o o

Algunas de las paredes de carga del edificio tenían hasta un metro de grosor. Cuando bombardeaban, la Sra. María se sentaba en una silla tocando al muro más gordo de su piso. Era, sin duda, una buena precaución; porque un día, uno de aquellos junkers alemanes acertó a meterle una bomba en su casa. El artefacto rompió la claraboya del patio, agujereó dos techos y quedó enterrada en la planta baja. ¿Y nada más?: pues no,

no hizo nada más....., por el sencillo motivo de que no explosionó. Tan solo hizo el daño que habría hecho un gran pedrusco.
Unos artificieros acudieron a quitar la espoleta y allí la dejaron en un rincón del piso de Alberto. Durante bastante tiempo constituyó un atractivo enseñar a las visitas aquel casco de acero de sesenta centímetros de diámetro y cincuenta de altura. Años más tarde se la vendieron a un trapero.

1 comentario:

  1. Tengo la sobrecogedora experiencia de poder leer estas líneas, en 2010, junto a los mismos muros, de hasta un metro de grosor, a los que la Sra. María arrimaba la silla, y de poder asomarme luego al patio en el que cayó la bomba, y entrar en el cuarto en el que el marinero ponía en hora su reloj. El texto devuelve a esta casa (en la que sólo han cambiado los muebles) la presencia de personas y acontecimientos que no parecen venir de otro tiempo, sino de otro mundo.

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