Sorolla
El Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC) ofrece entre febrero y mayo la colección que la “Hispanic Society of América” de Nueva York posee de la obra del pintor valenciano Joaquín Sorolla (1883-1923).
Si quisiéramos resumir de forma concisa y clara el trabajo de este artista, bastaría usar la palabra “luz”: éste es el elemento básico, siempre presente, que da vida a las fiestas, mercados, romerías, trabajos del mar y del campo.
Pasando por delante de los cuadros, hemos de detenernos ante la gracia de las figuras en movimiento, la aplicación, con gran maestría, de las pinceladas y los rostros con vida propia.
Entre la multitud de los personajes encontramos tipos humanos cargados de elegancia y señorío: tal es el caso del jinete del “Encierro Andaluz”; el marinero de la derecha en “La Pesca del Atún”; el joven sobre el muro, contemplando a los jugadores de “Bolos”; el hombre del sombrero y la camisa blanca en el centro de “La Fiesta del Pan”; el consejero del “Roncal”, abriendo la marcha delante de la bandera; el bailador con los brazos levantados en “La Jota”; el mozo de la barretina, que en “El Pescado” muestra la bandeja de mimbre, llena con el fruto de su trabajo; o la mujer de la toquilla negra que nos contempla sentada en “El Palmeral”.
Aunque la dimensión de los cuadros y la cantidad de personajes condicionan un tamaño reducido para las figuras, éstas aparecen resueltas como si de retratos se tratara. Muchas de ellas merecerían ser publicadas, aisladas, en ampliaciones.
Ya nos hemos referido a “La Fiesta del Pan”. El lienzo tiene catorce metros de longitud: podemos pasearnos frente a él como si formásemos parte de la comitiva.
El Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC) ofrece entre febrero y mayo la colección que la “Hispanic Society of América” de Nueva York posee de la obra del pintor valenciano Joaquín Sorolla (1883-1923).
Si quisiéramos resumir de forma concisa y clara el trabajo de este artista, bastaría usar la palabra “luz”: éste es el elemento básico, siempre presente, que da vida a las fiestas, mercados, romerías, trabajos del mar y del campo.
Pasando por delante de los cuadros, hemos de detenernos ante la gracia de las figuras en movimiento, la aplicación, con gran maestría, de las pinceladas y los rostros con vida propia.
Entre la multitud de los personajes encontramos tipos humanos cargados de elegancia y señorío: tal es el caso del jinete del “Encierro Andaluz”; el marinero de la derecha en “La Pesca del Atún”; el joven sobre el muro, contemplando a los jugadores de “Bolos”; el hombre del sombrero y la camisa blanca en el centro de “La Fiesta del Pan”; el consejero del “Roncal”, abriendo la marcha delante de la bandera; el bailador con los brazos levantados en “La Jota”; el mozo de la barretina, que en “El Pescado” muestra la bandeja de mimbre, llena con el fruto de su trabajo; o la mujer de la toquilla negra que nos contempla sentada en “El Palmeral”.
Aunque la dimensión de los cuadros y la cantidad de personajes condicionan un tamaño reducido para las figuras, éstas aparecen resueltas como si de retratos se tratara. Muchas de ellas merecerían ser publicadas, aisladas, en ampliaciones.
Ya nos hemos referido a “La Fiesta del Pan”. El lienzo tiene catorce metros de longitud: podemos pasearnos frente a él como si formásemos parte de la comitiva.
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